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jueves, 3 de marzo de 2016

CULTURA ANCESTRAL

ARTE - VIDA - COSTUMBRES - RITOS Y LEYENDAS
LEYENDAS DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS DEL NOROESTE ARGENTINO

La Ch'aya y el Pujllay (leyenda diaguita) 

Leyendas de los pueblos originarios  del noroeste argentino 

Cuenta la leyenda que Chaya era una muy bella jovencita india, que se enamorò perdidamente del Príncipe de la tribu: Pujllay, un joven alegre, pícaro y mujeriego que ignoró los requirimientos amorosos de la hermosa indiecita. Fue asì como aquella, al no ser debidamente correspondida, se interno las montañas a llorar sus penas y desventuras amorosas, fue tan alto a llorar que se convirtió en nube. Desde entonces, solo retornar anualmente, hacia el mediado del verano, del brazo de la Diosa Luna (Quilla), en forma de rocio o fina lluvia. 
En tanto Pujllay sabiendose culpable de la desaparicion de la joven india, sintio remordimiento y procedio a buscarla por toda la montaña infructuosamente. 
Tiempo despues, enterado el joven del regreso de la joven a la tribu con la luna de febrero, volvió el tambien al lugar para continuar la búsqueda pero fue inútil. Allí, la gente que festejaba la anhelada cosecha, lo recibia con muecas de alegria; el por su parte, entre la algarabia de los circuntantes, prosiguió la búsqueda con profunda desesperación, aunque el resultado totalmente negativo. Poe ello, derrotado, termino ahogando en chicha su soledad, hasta que luego, ya muy ebrio, lo sorprendio la muerte. Punto final de un acontecer que se repite todos los años, a mediados de febrero... 
La tradición popular rescató a estos personajes y en sus vcablos se demuestra el sentido de esta fiesta: Ch'aya (en quichua: "Agua de Rocío" es símbolo de la perenne espera de la nube y de la búsqueda ancestral del agua. (Algo que no abunda en La Rioja y es vital); y "Pujllay", que significa: "jugar alegrarse", quién para estos carnavales vive tres días, hasta que es enterrado hasta el próximo año... 


LEYENDA CALCHAQUÍ EL PLUMAJE DE LOS PÁJAROS
 

NOA

Cuéntase que en épocas muy remotas ya existían, en nuestros campos y bosques, plantas que ostentaban flores de preciosos y variados colores; fuesen éstas grandes o pequeñas, de corolas múltiples o sencillas, de exquisito perfume o sin él. Pero si las flores podían lucir sus hermosos colores, no sucedía lo mismo con nuestros pájaros, cuyo plumaje era en todos igual: es decir, del color de la tierra con que los hicieran el dios Inti, Mama-Quilla y la Pachamama. 
-Nosotros -pensaron con toda justicia nuestros pájaros- también podemos, como las flores, lucir en nuestras plumas esos mismos colores con que ellas llaman la atención, haciéndose admirar tanto. 
Y como era deseo de todos los pájaros poder lucir en su cuerpo plumas de bonitos y vivos colores, resolvieron reunirse para pensar en el medio de conseguirlo. 
¡Qué divina algarabía hubo en el bosque aquella mañanita a la salida del sol!… 
Apenas disipadas las sombras de la noche, se dejó oír entre el ramaje el bullicio de los pajaritos al despertar en sus nidos y la inquieta charla de los que, en ligero vuelo, se ubicaban a la espera de las deliberaciones. 
Cantos melodiosos, trinos delicados, agudos silbidos, voces alegres, murmullos ligeros, mil rumores y grandes cuchicheos llenaban de vida el verde follaje. 
Los más madrugadores, como la calandria, el hornero, la cachila, el churrinche y el jilguero, fueron los primeros en abandonar sus nidos, recomendando a sus pichoncitos mucha obediencia y cuidado mientras durara su ausencia. 
Millares de pájaros, cantando todos a la vez, llegaban poco a poco, y aumentaban el regocijo de aquella hermosa madrugada, prestándole animación con su revolotear inquieto sobre las plantas y las flores. Jamás habíase visto reunión más llena de alboroto y alegría. 
El sol despuntando en el oriente, el reflejo de su luz sobre las hojas tiernas de las plantas, la frescura de la brisa, la fragancia y belleza de las flores, el grato albergue a la sombra de los árboles y la delicada armonía de los cantos de las aves: he ahí el indescriptible cuadro de aquella notable asamblea de pájaros de nuestra tierra, que querían para sus plumas los colores de las flores. 
Cada uno de los concurrentes manifestó su modo de pensar, y las opiniones fueron discutidas en el mayor orden y con perfecta educación. 
Algunos deseaban poseer un solo color en su plumaje, mientras otros aspiraban a muchos diferentes; éstos ansiaban tonos suaves, aquellos los pretendían muy vivos y brillantes. 
-Pero, ¿cómo conseguiremos dar color a nuestras plumas? -se preguntaban. En esto consistía el más importante de los problemas y la mayor dificultad para resolverlo. 
Después de discutir varias opiniones, algunos propusieron hacer un viaje al cielo para pedir al dios Inti la gracia de que pintase sus plumitas con los colores con que había pintado las flores. A todos les pareció magnífica la idea, y batieron sus alitas en señal de aprobación. También idearon la forma de manifestarle su contento, en el caso de que les concediese la gracia: elevarían en su honor un himno de gratitud, uniendo todos sus más melodiosos cantos; himno que sería mucho más solemne y hermoso que aquel con que cada uno lo saludaba en la alborada de cada nuevo día. 
Sin pérdida de tiempo, comenzaron a prepararse para realizar el viaje. Lo suponían largo y peligroso; pero estaban decididos a realizarlo, con tal de lucir el hermoso plumaje con que tanto soñaran. 
Reunidos nuestros pájaros en bandadas numerosísimas, emprendieron su viaje en una mañana hermosa, pensando regresar antes de la entrada del sol. 
Dejémoslos en viaje, camino del reino del dios Inti y, mientras tanto, veamos por qué algunos se quedaron en la tierra, sin volar al cielo en busca de color para sus plumas. 
Uno de ellos, nuestro laborioso hornerito, se quedó construyendo su nido. Ya sabemos que su plumaje está muy de acuerdo con su arte de humilde y sabio constructor. Desde entonces e hornero orienta siempre su nido hacia el sol. 
La tacuarita o ratona no viajó, porque sus pichoncitos eran aún muy pequeños y estaba enseñándoles a volar. Desde entonces sólo canta cuando brilla el sol, y lo hace mirando hacia él. 
El pirincho o pirirí tenía la tarea de ser útil en unos sembrados; y como siempre fue tan cariñoso y buen compañero del hombre, desde aquella época se lo quiere más por bueno que por bello. 
La calandria tuvo por misión alegrar la soledad del bosque con su cantar maravilloso. Y lo hizo con arte tan exquisito; puso en su canto tanta gracia y armonía, que desde entonces es el pájaro cantor que no tiene rival en toda América. 
Y hubo uno pequeñito, que por ser tan pequeñito no pudo volar al cielo. Era el tumiñico. Este diminuto pajarito quedó volando, inquieto y ligero, sobre las flores del bosque. Parecía una grácil mariposa visitando las corolas más bonitas y vistosas. Era tal su impaciencia, esperando el regreso de los pájaros viajeros, que no se quedaba quietecito ni un instante, ni asentaba sus patitas en el suelo (como ahora). Así anduvo todo el día, de flor en flor, volando delicada y sutilmente. 
Llegó la hora del crepúsculo. Los viajeros no aparecían. Y pasó también la noche sin que ellos regresaran. 
El alba de un nuevo día animó el bosque con el despertar de los pájaros que habían quedado en él. Llenos de ansiosa curiosidad revoloteaban de rama en rama, preguntándose la causa de semejante demora. 
El tumiñico no cesaba de volar entre las bonitas flores que tenían sus corolas salpicadas de gotitas de rocío, que brillaban a la luz del sol con destellos de piedras preciosas. 
¿Qué había ocurrido allá lejos, muy cerca del reino del Dios Inti, hacia el que se dirigían contentos y optimistas los pajarillos de la selva?… ¿Habrían ofendido a los dioses con su audacia, y tal vez recibido por ello algún castigo?… ¿Volverían con sus plumitas pintadas?… ¿O habrían perecido en el largo viaje?… 
Éstas y otras mil preguntas se oían entre el susurro de la fronda, en forma de trinos entrecortados y murmullos confusos. 
Lo que había ocurrido, no lo imaginaban los pajarillos del bosque. Fue algo tan magnífico y sobrenatural; tan digno de alabanza y de gratitud, que el recuerdo de aquel hecho extraordinario nos llega a la memoria cada vez que admiramos los bellísimos colores que lucen la mayoría de nuestros pájaros. 
Inti, Dios supremo que dominaba el aire, la tierra y el agua, considerando muy justas las aspiraciones de sus alados hijitos, decidió que ellas se convirtieran en realidad. Y la realidad fue hermosa. Veréis cómo: 
-Estas tiernas avecillas no podrán llegar a mí-, se dijo Inti. Con el calor de mis rayos se quemarán sus alitas y no podrán volar. Es preciso que pinte sus plumitas suavemente y con dulzura. ¿Y qué hizo?… Reunió algunas nubes que había en el cielo, les ordenó que lo ocultasen y que hicieran caer una copiosa lluvia, justamente en el lugar por donde viajaban las aves en su busca. 
Éstas encontraron el refugio de un bosque para resguardarse del aguacero que tan inesperadamente parecía detenerlas en su valiente ascención. 
Luego Inti hizo que las nubes se apartasen para dar paso a sus hermosos rayos. ¡Y cuál no fue la sorpresa y la alegría de nuestros pajaritos, cuando vieron aparecer en el cielo el más espléndido arco iris que jamás se haya visto!… 
Atraídos por la hermosura de sus divinos colores, todos volaron presurosos y se posaron dulcemente en él a fin de que les diese un poquito de belleza para sus deslucidos plumajes. 
Cada uno quería elegir el color que más le agradaba. 
Y así fue como ellos iban de acá para allá, recorriendo el arco iris en procura del encanto de sus siete colores. 
El cardenal metió su cabecita con copete en la franja roja, y con eso se quedó muy contento. 
El dorado se paseó largo rato por la amarilla. Por eso sus plumitas son ahora de ese tono. 
Al jilguero también le gustó el amarillo y se paseó un ratito por él, quedando negra su cabecita, porque la noche llegó y borró el arco iris. 
El churrinche se tiñó casi todo de color rojo vivo, y dejó sus alitas oscuras como las sombras de la noche. 
Tantos colores eligió el sietevestidos, los recorrió tanto en todas direcciones, que consiguió para sus plumas todos los que le dio el arco iris. Por eso lo llamamos también “sietecolores”. 
Y así como éstos, todos eligieron libremente el color de su plumaje. Luego decidieron regresar. 
Por la noche volaron sin descansar. Deseaban llegar al bosque lo más pronto posible, para mostrar a sus compañeros el color de sus plumas como prueba de la bondad del dios Inti. Por eso, al amanecer del día siguiente, instantes después de que los pájaros del bosque abandonaran sus nidos, mostrándose inquietos y afligidos por la tardanza de sus valientes amigos, se vio algo así como una lluvia de flores que caía sobre el verde follaje de los árboles: eran las bandadas de mil pájaros que traían en sus plumas los bellísimos colores del arco iris. 
Y otra vez, ¡qué divina algarabía la del bosque aquella mañana de primavera! 
Los recién llegados trataban de lucir en toda forma sus nuevos y vistosos plumajes. Mientras algunos se paseaban coquetones dando saltitos sobre el verde césped, otros desplegaban sus alitas con toda gracia y donaire, y otros levantaban el copete de sus pintadas cabecitas. 
Ante tanta belleza, ¡cuántos trinos de alabanza!; ¡cuántos gorjeos de admiración!; ¡cuántos gorgoritos de alegría!; ¡cuántos murmullos de asombro!… 
En el barullo y confusión de la llegada de los felices viajeros, por los revoloteos de todos y los saltos y piruetas de los pichones ante fiesta tan completa, ninguno había advertido que entre ellos faltaba el picaflor. 
¿Dónde estaba? ¿Por qué no compartía el regocijo de todos? ¿Por qué no concurría él también a la fiesta de la gracia y del color? 
Inmensa, indescriptible fue la sorpresa de todos los pájaros instantes después, cuando, en rapidísimo, vivaz, inquieto e incesante vuelo, llegó hasta ellos el diminuto tumiñico; el más pequeñito de todos; ¡el más lindo entre los lindos! 
Una sola exclamación salió de todos los piquitos. 
-¿Cómo tienes esas plumas tan brillantes y preciosas si tú no has volado hasta el arco iris? 
Picaflor oyó esta pregunta y otras muchas que le hicieron sus amiguitos del bosque, y no supo responder. 
Vino en su ayuda una flor, que dijo: 
-Tumiñico tiene ahora los colores del iris, los de nuestros pétalos y los de las piedras preciosas, porque ama la luz, la miel de los cálices y las gotas de rocío… 
Picaflor se miró en el agua tranquila de un arroyito cercano, voló de una flor a otra, y lanzando al aire su gritito, dijo: 
-¡Cantemos a Inti el himno prometido! 
Y el coro de las mil voces armoniosas de la selva se elevó hasta el cielo. 


LEYENDA Calchaquí “Puente del Inca” 


leyendas

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchísimos años, el heredero del trono del Imperio Inca, se debatía entre la vida y la muerte, siendo víctima de una extraña y misteriosa enfermedad. 

Las curas, rezos y recursos de los hechiceros nada lograban y desesperaban por no poder devolverle la salud. 

El pueblo amaba intensa y entrañablemente al Príncipe de los Incas , invocaba a sus Dioses y realizaba sacrificios en su honor. 

Fueron convocados los más grandes sabios del reino, quienes afirmaron que sólo podría sanarlo el maravilloso poder del agua de una vertiente, ubicada en una lejana comarca. 

Partieron en numerosa caravana, vencieron infinidad de dificultades, marcharon durante meses en que veían agotadas sus fuerzas, y un día se detuvieron ante una profunda quebrada, en cuyo fondo corrían las aguas de un tempestuoso río. 

Enfrente, en el lado opuesto, se observaba el codiciado manantial, pero… ¿cómo hacer para llegar a ese inaccesible lugar? 

Meditaron durante mucho tiempo, tratando de buscar una forma de llegar hasta las milagrosas aguas, pero todo era en vano. 

Cuando ya la desesperación los dominaba: aconteció un hecho extraordinario: de pronto se oscureció el cielo, tembló el piso granítico y vieron caer, desde las altas cimas, enormes moles de piedra que producían un estrépito aterrador. 

wpe1.jpg (69108 bytes)Pasado el estruendo, y más calmado el ánimo, los indígenas divisaron asombrados, un puente que les permitía llegar sin dificultad hasta la fuente maravillosa. Transportaron hacia ella al Príncipe, quien bebió de sus aguas y bien pronto recuperó la salud. 

La omnipotencia del Dios Inti, el Sol, y de Mama-Quilla, la Luna, habían realizado el milagro. 

Así surgió, según la leyenda, ese arco monumental de piedra, que recibió el nombre de Puente del Inca, que se levanta custodiado por el Aconcagua, rodeado por la imponente belleza de los Andes. 


La Pachamama (creencia de los pueblos del NOA)
 

aborigenes 

En todo el Noroeste argentino, la creencia de la Pachamama esta muy arraigada, por ser parte de la cultura ancestral, emparentada con los Incas. Pachamama quiere decir en Quechua "Madre Tierra" ierra. Los Kollas ofrendan a esta diosa comida, vino, chicha (cerveza de maíz), papas, entre otras cosas, para poder obtener los beneficios y la prósperidad de la Tierra. A esta ceremonia se denomina como "corpacha". 



LA PACHAMAMA, NUESTRA MADRE TIERRA 

Las tradiciones indígenas describen a la Pachamama como una mujer de baja estatura, de grandes pies y sombrero alón. Madre de los cerros y de los hombres toda la naturaleza es su templo y a sus altares se les llama "Apacheta", montículos de piedra ubicados a los lados del camino (en Amaicha del Valle, Tucumán, en el medio de la plaza hay una Apacheta). 
La leyenda dice que la Pachamama y que la acompaña un séquito integrado por el Pujllay (deidad que preside el carnaval), el Llajtay (Dios de las aves y genio protector masculino) y la Ñusta (doncella del Imperio Inca a quién se la emparenta con la Virgen del Socavón). 

EL RITO DE LA PACHAMAMA 

Para el 1º de agosto en todo el noroeste de nuestro país se entierra en un lugar cerca de la casa una olla de barro con comida cocida. También se pone coca, yicta, alcohol, vino, cigarros y chicha para carar (alimentar) a la Pachamama. Ese mismo día hay que ponerse unos cordones de hilo blanco y negro, confeccionados con lana de llama hilando hacia la izquierda. Estos cordones se atan en los tobillos, las muñecas y el cuello, para evitar el castigo de la Pachamama. 
A esta deidad periódicamente se le rinde pleitesía mediante el acto ritual denominado Challa, en afán de reparar con este rito la acción humana de hollar en su seno, al mismo tiempo se agradece los bienes que nos ofrece para nuestro sustento o las riquezas que guardaba en su seno, pidiendo que no deje de favorecernos. Mediante la voz de ¡Pachamama kusiya! los kollas hacen sus ofrendas, esta es su oración a la Madre Tierra. 
La Pachamama es por lo tanto la diosa femenina de la tierra y la fertilidad; una divinidad agrícola benigna concebida como la madre que nutre, protege y sustenta a los seres humanos. La Pacha Mama vendría a ser la diosa de la agricultura comunal, fundamento de toda civilización y el Estado Andino. 


LEYENDA DE LA FLOR DEL CACTUS(leyenda diaguita)
 


Argentina 

La región humahuaqueña antes de que el mundo estuviera totalmente firmado, era un lugar sereno y de paz. Los indios vivían labrando sus andenes gustando la coca en acullicos interminables. Calchaquíes y diaguitas soñaban envidiosos con conquistar sus tierras llenas de vida, amor y esperanza. Un día resolvieron a una de sus más hermosas mujeres llamada Zumac Huayna para enamorar al jefe de los humahuacas, distraerlo de sus labores, de su vigilancia sobre el pueblo feliz y permitir la destrucción del mismo. Y en efecto lo consiguió. La muerte reinó por doquier al ser traicionados los humahuacas. Una noche infernal fue aquella en la que perecieron miles y miles de hombres desarmados, hasta hacía poco dichosos y contentos. Sólo se salvó el infortunado jefe, que lanzando proféticas palabras, anunció lo inútil de esa matanza, ya que no gozarían los vencedores de esa victoria. La tierra antes verde, amarilló de arenas estériles, de rocas erizadas. Y primero él y luego todos los cadáveres de sus hermanos, fueron transformados en espinosos cactos y escalonándose en quebradas y valles, en las cimas y en los pasos, como centinelas alertas y eternos. Y en horas en que el sol calcina la tierra, antes fértil ahora yerma, abren sus flores amarillas, blancas y rosas, que, según dicen los lugareños son las almas de aquellos buenos indios... 



El Kakuy (leyenda Quechua) 


Leyendas de los pueblos originarios  del noroeste argentino

El Kakuy es un ave nocturna, rapiña que habita en los montes del noroeste de nuestro país. Es un ave solitaria de lúgubre canto y su nombre proviene del quechua. La historia que es algo cruel, habla del compañerismo entre hermanos. 

En el monte vivían dos hermanos, un varón y una mujer. El hermano era muy trabajador, y además un hombre realmente bueno. Estaba siempre en el monte y cuando regresaba a su hogar siempre le traía regalos y frutos silvestres a su hermana, además de todo lo necesario para vivir. La hermana era haragana y desordenada, le costaba mantener el rancho ordenado y cuando el hermano venía cansado de su trabajo, ella nunca lo recibía como merecía. 
Un día él, regreso muy agotado luego de una dura jornada de trabajo en el monte y le pidió si por favor le podía dar un poco de hidromiel, la hermana fue a buscar el frasco pero antes de dárselo lo derramó en su presencia. 
Al día siguiente ocurrió lo mismo pero esta vez con la comida. De a poco la paciencia de este muchacho se fue acabando y decidió castigar la maldad de la hermana. 
Una tardecita la invitó a ir a recoger miel fresca al monte, la llevo bien adentro. Cuando llegaron a un quebracho de copa muy grande el hermano la invitó a subir e ir por la miel, juntos lograron llegar hasta lo más alto del árbol, entonces fue allí cuando el hombre comenzó a descender, desgajando el árbol a medida que iba bajando, cortándole todas las ramas, de manera que su hermana no pudiera bajar. El hombre se bajó y se alejó, la hermana quedó allí en lo alto del árbol con mucho miedo. 
Al caer la noche su temor se trasformó en terror. Con el correr de los minutos, horrorizada notó que sus pies se convertían en garras, sus manos en alas y que el total de su cuerpo estaba cubierto por plumas. 
Desde entonces, el pájaro sale sólo de noche, sufre el abandono y clama por su hermano rompiendo el silencio de la noche del monte. Su grito desgarrador es de “¡Turay…Turay!”, que en quechua quiere decir “¡Hermano…Hermano!”. 



Los Pétalos de la Rodocrosia, Leyenda Diaguita
 


NOA 

Tras largos días y noches de andar, el chasqui alcanzó el último tramo del camino que conducía a la morada del Rey Inca. Llevaba una singular ofrenda destinada al gobernante: tres gotas de sangre petrificadas, el precioso hallazgo fue recibido con mucha emotividad. 
En el Lago Titicaca, en tiempos pasados, se había construido el templo de las acllas: las vírgenes sacerdotisas del Inti. 
En ese sitio se encontraban anualmente el sol y la luna para fecundar los sembrados y asistir a la sagrada elección de quien heredaría la responsabilidad de perpetuar la sangre inca. 
Un día el invencible guerrero Tupac Canqui se atrevió a ingresar al sagrado templo, desafiando la tradición incaica. 
Desde el momento en que descubrió a la bella ñusta aclla, nació su amor por ella. 
La sacerdotisa lo correspondió, consciente de ignorar las restricciones del Tawantinsuyo para las elegidas. 
Juntos, escaparon hacia el sur, buscando proteger el vientre de la aclla lleno de vida. 
El poder imperial bramó y destinó infortunados grupos armados a castigar a los culpables de la transgresión. 
Tupac Canquí y la ñusta aclla se instalaron cerca del salar de Pipando, donde tuvieron muchos hijos descendientes de los aymarás, que fundaron el pueblo diaguita. 
Sin embargo, jamás lograron deshacerse del hechizo de los shamanes incas. 
Ella falleció y su cuerpo fue sepultado en la alta cumbre de la montaña, él murió poco tiempo después, ahogado en su triste soledad. 
Una tarde, el chasqui andalgalá descubrió la tumba de la ñusta aclla impresionado por ver cómo florecía, en pétalos de sangre, la piedra que la cubría. 
Rápidamente salió del estupor y arrancó una de las rosas para ofrendar al rey inca. 
El jefe del imperio, aceptando con emoción la flor de la rodocrosita, perdonó a aquellos antiguos amantes furtivos. 
En adelante, las princesas de Tiahuanaco lucieron con orgullo trozos de la piedra rosa del inca, símbolo de paz, perdón y amor profundo. 


La Luz Mala
 

leyendas 

Nuestro interior provinciano es muy lindo en paisajes y bellezas naturales, pero más bondadosa ha sido la naturaleza con el hombre que habita en esas "soledades"; en esa eterna quietud y paz. Soledad que se convierte en compañía para el espíritu, que le infunde melancolía y le fortifica el alma. Pero no siempre hay tranquilidad en esos parajes; las corridas, los velorios, las fiestas religiosas y las supersticiones mantienen inquieto al hombre de cerro y de campo y le tornan divertida su monótona vida. 
La riqueza cultural de nuestra gente es inimaginable; resultado de la fusión de las antiguas culturas aborígenes, del cristianismo, de las soledades y desventuras que en el marco geográfico se desarrollaron a través de años y años. Un tesoro que el hombre de la ciudad por su vida agitada y sofocante muchas veces no conoce, y que forma parte de nuestra tradición. 
Entre las supersticiones y leyendas de la gente del campo o de los cerros está la de la "luz mala" o "Farol de Mandinga", mito con trascendencia religiosa que se extiende por casi todo el Noroeste Argentino. 
En algunas épocas del año (generalmente las más secas) se suelen ver de entre las pedregosas y áridas quebradas de los cerros del oeste tucumano (Mala Mala, Nuñorco, Muñoz, Negrito, Quilmes, etc), a la oración - de tarde -, o cuando los últimos rayos del sol iluminan las cumbres de los cerros y el intenso frío de la noche va instalándose en los lugares sombreados, una luz especial, un fuego fatuo; producto de gases exhalados por cosas que se hallan enterradas conjugados con los factores climáticos; a ella - con terror y morbosidad - los lugareños denominan "luz mala" o el "farol del diablo". 
El día de San Bartolomé (24 de agosto) es el más propicio para verlos, ya que es cuando parece estar más brillante el haz de luz que se levanta del suelo y que, por creencia general, se debe a la influencia maligna, ya que popularmente estiman que es el único día en que Lucifer se ve libre de los detectives celestiales y puede hacer impunemente de las suyas (Ambrosetti, "Supersticiones y leyendas"
La luz es temida también por que imaginan ver en ella el alma de algún difunto que no ha purgado sus penas y que, por ello, sigue de esa forma en la tierra. 
Generalmente nadie cava donde sale la luz por el miedo que ésta superstición les ha producido, los pocos que se han aventurado a ver que hay abajo de la luz siempre han encontrado objetos metálicos o alfarería indígena - muchas veces urnas funerarias con restos humanos, lo que aumentó el terror- que al ser destapada despide un gas a veces mortal para el hombre, por lo que los lugareños aconsejan tomar mucho aire antes de abrir o sino hacerlo con un pullo - manta gruesa de lana - o con un poncho, de suerte que el tufo no llegue a ser respirado. 
Nos cuenta don Hipólito Marcial que: "La luz blanca que aparece en la falda del cerro es buena, donde entra hay que clavar un puñal y al otro día ir a cavar... va a encontrar oro y plata. De la luz roja huyan o recen el Rosario, se dice que es luz mala, tentación del diablo". 
Debido a la continua migración a las ciudades y centros poblados, y por constante progreso estas leyendas van quedando reservadas solo para los mayores; la juventud se preocupa por otras cosas que estima más importante.- 



El águila (leyenda de los Comechingones)
 

aborigenes

Cuenta la historia que cuando se instalaron los españoles en América y la sangre aborígen comenzó a correr por los valles y tiño de rojo los ríos y arroyos que serpenteaban entre las tierras, los Comechingones recordaron la leyenda del águila que había escuchado de sus abuelos. Y la volvieron a contar porque era casi su única esperanza; algún elegido vendría por el ave a traer la paz, para, por fin, lograr la hermandad entre los pueblos. 
Se dice que existió una chica de nombre "Arabela" que poseía cualidades extraordinarias y que, convertida en mujer, las desarrollo en defensa de su tribu. con su sabiduría y fina percepción guío las batallas, y logró , de esa manera, que resistieran más allá de la posibilidad humana. Y, si bien. "la historia la escriben los que ganan", nadie podrá negar la valentía con la que lucharon los Comechingones, cuyo grito de guerra resultó conocido y temido por los adversarios. 
Arabela, la enviada, murió luchando por su pueblo, pero su alma se encuentra protegida por el vuelo triunfal del águila libre. Por eso, desde entonces, este pájaro representa no sólo la libertad sino también el deseo divino de hermandad entre los hombres; anhelo que vivirá hasta que todos entiendan que es el único camino hacia la felicidad. 


El Cerro Tronador (Leyenda Mapuche)
 


Argentina

El Cerro Tronador es una montaña ubicada en los valles de Río Negro. Su nombre fue dado justamente por el fuerte ruido que se produce desde la cima por causa de los constantes alúdes. 
Lean a continuación la leyenda escrita por el Jesuita P. Mascardi en el año 1670, recogida de un Pueblo Araucano. 


Linco Nahuel, que quiere decir "Tigre de Ejército", era un cacique muy valeroso y tan celoso de sus dominios que no permitía a nadie acercarse a ellos. Para su vigilancia mantenía centinelas en todas las alturas. 
Hubo un día en que llegó hasta el pie del cerro una tribu de hombres enanos. Estos querían acampar en él pero Linco Nahuel y los suyos no se lo permitieron. La tribu de enanos venía armada por lo que se desató una gran lucha. 
Con flechas enarboladas los intrusos lograron vencer y tomar prisionero a Linco Nahuel y gran número de su gente. Más tarde, los empujaron hacia la cumbre y comenzaron a arrojarlos uno a uno al abismo del cráter. 
El soberbio cacique Linco Nahuel, fue obligado a contemplar desde la cúspide el doloroso espectáculo de ver cómo los enemigos, a pesar de ser tan pequeños, despeñaban a sus queridos súbditos. 
Ante este hecho insólito se estremeció el Pillán, o espíritu dueño del cerro que tenía su morada en el interior del mismo, quien profundamente disgustado por la violación de sus dominios, desató un terrible alúd, envolviendo en nieve a todos los combatientes, araucanos e intrusos, quienes comenzaron a caer valle abajo, gritando estrepitosamente. 
Solo sobrevivieron dos caciques contrincantes a quienes el Pillán transformó en dos riscos que se ven ubicados frente a frente en el filo del cerro, para que escuchasen el fragor incesante que producían los precipitados en la profundidad del volcán y que hasta el día de hoy se siguen oyendo.
Fuente: http://www.taringa.net/posts/imagenes/14064371/Leyendas-de-los-pueblos-originarios-del-noroeste-argentino.html

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