Discurso
pronunciado el 23 de septiembre de 1947 en Plaza de Mayo por María Eva Duarte de Perón, con motivo de la
sanción de la ley que otorgó el derecho al voto a la mujer argentina.
Mujeres de
mi Patria:
Recibo en
este instante, de manos del Gobierno de la Nación, la ley que consagra nuestros
derechos cívicos. Y la recibo, ante vosotras, con la certeza de que lo hago, en
nombre y representación de todas las mujeres argentinas. Sintiendo,
jubilosamente, que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la
victoria.
Aquí está,
hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos una larga
historia de lucha, tropiezos y esperanzas. ¡Por eso hay en ella crispaciones de
indignación, sombras de ocasos amenazadores, pero también, alegre despertar de
auroras triunfales!...Y esto último, que traduce la victoria de la mujer sobre
las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas
repudiadas por nuestro despertar nacional, sólo ha sido posible en el ambiente
de justicia, de recuperación y de saneamiento de la Patria, que estimula e
inspira la obra de gobierno del general Perón, líder del pueblo argentino.
Mis queridas
compañeras:
Hemos
llegado al objetivo que nos habíamos trazado, después de una lucha ardorosa.
Debimos afrontar la calumnia, la injuria, la infamia. Nuestros eternos
enemigos, los enemigos del pueblo y sus reivindicaciones, pusieron en juego
todos los resortes de la oligarquía para impedir el triunfo. Desde un sector de
la prensa al servicio de intereses antiargentinos, se ignoró a esta legión de
mujeres que me acompañan; desde un minúsculo sector del Parlamento, se intentó
postergar la sanción de esta ley. Esta maniobra fue vencida gracias a la
decidida y valiente actitud de nuestro diputado Eduardo Colom. Desde las
tribunas públicas, los hombres repudiados por el pueblo el 24 de febrero,
levantaron su voz de ventrílocuos, respondiendo a órdenes ajenas a los
intereses de la Patria. Pero nada podían hacer frente a la decisión, al tesón,
a la resolución firme de un pueblo, como el nuestro, que el 17 de octubre, con
el coronel Perón al frente, trazó su destino histórico. Entonces, como en los
albores de nuestra independencia política, la mujer Argentina tenía que jugar
su papel en la lucha. Hemos roto los viejos prejuicios de la oligarquía en
derrota. Hemos llegado repito, al objetivo que nos habíamos trazado, que
acariciamos amorosamente a lo largo de la jornada. El camino ha sido largo y
penoso. Pero para gloria de la mujer, reivindicadora infatigable de sus
derechos esenciales, los obstáculos opuestos no la arredraron. Por el
contrario, le sirvieron de estímulo y acicate para proseguir la lucha. A medida
que se multiplicaban esos obstáculos, se acentuaba nuestro entusiasmo. Cuando
más crecían, más y más se agigantaba nuestra voluntad de vencer. Y ya al final,
ante las puertas mismas del triunfo, las triquiñuelas de una oposición
falsamente progresista, intentó el último golpe para dilatar la sanción de la
ley.
La maniobra
contra el pueblo, contra la mujer, aumentó nuestra fe. Era y es la fe puesta en
Dios, en el porvenir de la Patria, en el general Perón y en nuestros derechos.
Así se arrancó la máscara a los falsos apóstoles, para poner punto final a la
comedia antidemocrática.
Pero...
¡bendita sea la lucha a que nos obligó la incomprensión y la mentira de los
enemigos de la Patria!... ¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron
cerrarnos el camino, los dirigentes de esa falsa democracia de los privilegios
oligárquicos y la negación nacional! Factores negativos que ignoran al pueblo,
que desprecian al trabajo y trafican con él, incapacitados para comprender sus
reservas combativas. Esas mentiras, esos obstáculos, esa incomprensión,
retemplaron nuestros espíritus. Y hoy, victoriosas, surgimos conscientes y
emancipadas, fortalecidas y pletóricas de fe en nuestras propias fuerzas. Hoy,
sumamos nuestras voluntades cívicas a la voluntad nacional de seguir las
enseñanzas dignificadoras y recuperadoras de nuestro líder, el general Perón.
Marchamos con las vanguardias del pueblo que labrará desde las urnas el
porvenir de la Patria ansiando una Nación más grande, más próspera, más feliz,
más justiciera y más efectivamente argentina y de los argentinos.
He recorrido
los viejos países de Europa, algunos devastados por la guerra. Allí, en
contacto directo con el pueblo, he aprendido una lección más en la vida. La
lección ejemplarizadora de la mujer abnegada y de trabajo, que lucha junto al
hombre por la recuperación y por la paz. Mujeres que suman el aporte de su
voluntad, de su capacidad y de su tesón. Mujeres que forjaron armas para sus
hermanos, que combatieron al lado de ellos, niveladas en el valor y el
heroísmo.
Mis queridas
compañeras: ¡Inspirémonos en su ejemplo! Este triunfo nuestro encarna un deber,
como lo es el alto deber hacia el pueblo y hacia la Patria. El sufragio, que
nos da participación en el porvenir nacional, lanza sobre nuestros hombros una
pesada responsabilidad. Es la responsabilidad de elegir.
Mejor dicho,
de saber elegir, para que nuestra cooperación empuje a la nacionalidad hacia
las altas etapas que le reserva el destino, barriendo en su marcha los resabios
de cuanto se oponga la felicidad del pueblo y al bienestar de la Nación.
¡Con nuestro
triunfo hemos aceptado esta responsabilidad y no habremos de renunciar a ella!
La experiencia de estos últimos años, que puso frente a frente la reprimida
vocación nacional de justicia económica, política y social, y los viejos
caciques negatorios de los derechos populares, ha de servirnos de ejemplo. En
momentos de gravedad, los hombres argentinos supieron elegir al líder de su
destino e identificaron en el general Perón todas sus ansias negadas,
vilipendiadas y burladas por la oligarquía sirviente de intereses foráneos.
¿Podremos acaso las mujeres argentinas hacer otra cosa que no sea consolidar
esa histórica conquista? ¡Yo digo que no! ¡Yo proclamo que no! Y yo les juro
que no, a todas las compañeras de mi Patria.
El voto que
hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero nuestras
manos no son nuevas en las luchas, en el trabajo y en el milagro repetido de la
creación.
¡Bordamos
los colores de la Patria sobre las banderas libertadoras de medio continente!
¡Afilamos las puntas de las lanzas heroicas que impusieron a los invasores la
soberanía nacional!
Fecundamos
la tierra con el sudor de nuestras frentes y dignificamos con nuestro trabajo
la fábrica y el taller. Y votaremos con la conciencia y la dignidad de nuestra
condición de mujeres, llegadas a la mayoría de edad cívica bajo el gobierno
recuperador de nuestro jefe y líder, el general Perón.
Tenemos,
hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar
por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra
declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden
volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel
contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional.
Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre nuestro
pueblo la injusticia y la sujeción. En esta batalla por el porvenir, dentro de
la dignidad y la justicia, la Patria nos señala un lugar que llenaremos con
honor. Con honor y con conciencia. Con dignidad y altivez. Con nuestro derecho
al trabajo y nuestro derecho cívico.
Somos las
mujeres, misioneras de paz. Los sacrificios y las luchas sólo han logrado,
hasta ahora, multiplicar nuestra fe.
Alcemos,
todas juntas, esa fe, e iluminemos con ella el sendero de nuestro destino. Es
un destino grande, apasionado y feliz. Tenemos para conquistarlo y merecerlo,
tres bases insobornables, inconmovibles: una ilimitada confianza en Dios y en
su infinita justicia; una Patria incomparable a quien amar con pasión y un
líder que el destino moldeó para enfrentar victoriosamente los problemas de la
época: el general Perón.
Con él y con
el voto, contribuiremos a la perfección de la democracia argentina. Nada más.
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