Un aporte para la construcción cultural y social desde la Dirección de Extensión Cultural de la Función Legislativa a los 30 Años de la Recuperación de la Democracia.
La
memoria histórica está en los libros, en los archivos y en las hemerotecas del
país. Memoria del golpe, del genocidio, del pisoteo de los derechos de las
personas, del avasallamiento de las garantías ciudadanas, memoria de las
cárceles superpobladas de gente sin proceso judicial, memoria de las cesantías
y de la delación, de la agonía de la industria nacional. Memoria de una guerra
absurda… Un largo capítulo de nuestra historia, escrito con sangre como tantos
hechos del pasado, quedó fijado en letra impresa o digital para el aprendizaje
de las ciencias sociales.
La
otra memoria, la individual, la íntima e intransferible tiene que ver con el
miedo y la oscuridad. El miedo se sentía en la boca del estómago. El miedo era
algo monstruoso que acechaba en las sombras, era la premonición incierta y a la
vez racional de que las tinieblas podían tragarte a la vuelta de la esquina de
tu casa…
Ingresé
en la Facultad
de Filosofía y Humanidades de la
Universidad de Córdoba en 1977. Una época gris, de pura
tristeza, de silencio y desconfianza. Mi padre estaba preso en Sierra Chica
(después lo trasladarían a La
Plata ). Eso era un sello casi ignominioso, algo que te
marcaba de antemano, que te ponía bajo la lupa de la sospecha. La autocensura
te asfixiaba y te acercaba a la paranoia. No salgas nunca sin el documento.
Nunca. No hables con extraños de lo que vive tu familia. No compartas este
dolor con nadie. No digas lo piensas. No menciones a Angelelli. No le preguntes
a la profesora de Española II por qué un poeta trascendente como Miguel Hernández
brilla por su ausencia en el programa. Miguel, el que escribió: “Ayer amaneció el pueblo / desnudo y sin
qué ponerse, / hambriento y sin qué comer (…). / En su mano los fusiles/ leones
quieren volverse / para acabar con las fieras / que lo han sido tantas veces.”
No. No preguntés, sólo estudiá, leé y estudiá, escuchá música y leé, andá al
cine y leé. Leé libros y leé la realidad, en silencio.
Por
suerte estaban la familia, los hermanos, los amigos de verdad. Junto a ellos
podías abrir tu corazón, compartir la angustia o la indignación, siempre en un
susurro, porque las paredes podían oír. La libertad era un pájaro sufriente
intentando sobrevivir en las voces de rebeldía pronunciadas por lo bajo, un ave
malherida que sin embargo latía, a pesar del Reinado del Mal que creía haberla
desaparecido juntos a miles de personas que hoy se cuentan en 30.000.
Pero
la noche oscura no podía durar para siempre. Hubo actos heroicos como el de Walsh,
inmolándose por gritar el horror al mundo. Supimos de denuncias y reclamos
dentro y fuera del país (aquí cautas y sigilosas; afuera, firmes y decididas),
hubo unas mujeres que vencieron el miedo y con sus cabezas envueltas en
pañuelos blancos salieron a preguntar por los hijos arrancados de sus hogares
sin más explicación que la prepotencia. El Monstruo de las tinieblas seguía
erguido. Parecía que los pocos y aislados actos de resistencia apenas llegaban
a hacerle cosquillas. Pero no resultó
tan así: cada uno de estos hechos, aparentemente aislados, era una pedrada más
en su cuerpo titánico y era también un mensaje al pueblo que aunque silencioso,
asistía atónito a una la realidad innombrable.
Luego
vino la guerra descabellada, más de seiscientos jóvenes masacrados absurdamente
(y otro tanto, heridos física y moralmente). Los partidos políticos y los
gremios comenzaron a sacudirse el polvo de la quietud. Las piedras se
multiplicaban. El Monstruo tambaleó.
Nos
permitimos volver a soñar con la democracia. ¡Ah! ¡Cómo la cuidaríamos y
defenderíamos si volviera a regir nuestros destinos!
El
murmullo en la noche era menos sordo, palabras impronunciadas comenzaron a
escucharse otra vez. “Libertad”, “Justicia”, “desaparecidos”, “torturadores”, “país
destrozado”… Eso que se decía en secreto, de oído en oído, se hizo un día
canción en la voz de Charly García: “Quién
sabe Alicia, este país / no estuvo hecho porque sí. /Te vas a ir, vas a salir /
pero te quedas, / ¿dónde más vas a ir? / Y es que aquí, sabes, / el
trabalenguas, trabalenguas, / el asesino te asesina / y es mucho para ti…”.
Fue parte del gran preludio. Es que en medio de aquella locura, la música te
salvaba, te enviaba un guiño de solidaridad, te hacía sentir que no estabas tan
sola. Después vinieron “Los dinosaurios” ¡Ah, qué grande fuiste, Charly!
Afuera
de las canciones, en el mundo de los asesinos reales, el dinosaurio de turno
dijo que se convocaría a elecciones.
Las
tinieblas se hacían cada vez menos espesas, parecían en retirada. El 30 de
octubre de 1983 colgamos el miedo en el perchero; y la acción mecánica de
cargar el documento, tuvo una significación histórica: no era un acto de sometimiento
sino de desafío. Ese domingo, la mañana se llenó de paz. La gente iba o venía
con su documento y su sonrisa a cuestas.
Voté
por primera vez a los 23 años en la Escuela
Mariano Moreno de la ciudad de Córdoba. Ganó Alfonsín. La
alegría desbordaba en lágrimas y los días eran cada vez más claros.
El 10
de Diciembre fue algo así como un fenómeno cósmico. No sé, como la entrada en
órbita de un cometa extraordinario. Los argentinos nos asomamos al televisor
para verlo. No era un cometa, era un eclipse. Un eclipse al revés: salía el sol
y nos encandilaba. Después de tanta tiniebla, nos iluminaba la Democracia. Nuestro
corazón deseaba que fuera para siempre. Mi corazón me dice que aquel deseo se
cumplió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario