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lunes, 27 de noviembre de 2017

NATALICIO DE JUAN FACUNDO QUIROGA “EL TIGRE DE LOS LLANOS”

Juan Facundo Quiroga nació en San Juan de los Manos, provincia de La Rioja el 27 de noviembre  de 1788. Fueron sus padres José Prudencio Quiroga y Juana Rosa de Argañaraz. A los dieciséis años comenzó a trabajar en la conducción de los arreos de su padre; a los veinte, éste le encargó la administración de los bienes familiares.
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Militar y político argentino. Reveló desde niño una audacia y temeridad notables. En 1806 sus padres lo enviaron a Chile con un cargamento de granos y el joven Facundo se jugó el producto de la venta y lo perdió. Trabajó como peón en una estancia en Plumerillo y los acontecimientos de Mayo de 1810 lo sorprendieron en Buenos Aires.

Allí fue enrolado en el regimiento de Arribeños. Tenía condiciones para el mando pero no para someterse a la rígida disciplina militar, por lo que desertó. Hacia 1816-1818 se desempeñó como capitán de milicias adiestrando reclutas, capturando desertores, organizando milicianos para los ejércitos de la patria y participando en algunas acciones contra los españoles.
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Juan Facundo Quiroga, que se ganó el apodo de Tigre de los Llanos, volvió a mostrar su audacia deponiendo al gobernador Francisco Ortiz de Ocampo, a quien reemplazó por Nicolás Dávila; pero cuando, en 1823, éste se negó a renunciar según lo dispuesto por la Sala de Representantes, Quiroga se adueñó del mando. Aun cuando permaneció en el cargo sólo dos meses, a partir de entonces dominó la escena política de su provincia e incluso de las aledañas.

Ordenó no enviar tropas a la guerra con Brasil y desconoció leyes dictadas por el gobierno de Buenos Aires. Derrotó a Lamadrid en dos ocasiones: primero en Tala (1826) y más tarde en Rincón (1827). El general unitario Paz lo venció en Oncativo, pero, auxiliado por Rosas, rearmó su ejército y terminó por imponerse en el norte y en la región andina. Se alejó de la política y residió en Buenos Aires desde 1833 hasta finales del año siguiente, cuando aceptó mediar en un conflicto entre las provincias de Tucumán y Salta.

En 1835, al enterarse de la muerte del gobernador tucumano Latorre, inició un viaje sin retorno: al pasar por Barranca Yaco, Córdoba, fue muerto por una partida encabezada por Santos Pérez. La imagen que Sarmiento transmitió lo caracteriza como la estampa de la barbarie en oposición a la civilización. No obstante, suele olvidarse que el Tigre de los Llanos fue uno de los pocos que acudieron a despedir a Rivadavia cuando éste marchó al exilio, además de ofrecerle dinero y sus servicios. En algunas ocasiones Quiroga se lamentó de sus errores y de haber desconocido la Constitución de 1826 por sugerencias interesadas de Buenos Aires.

Al regresar de su misión, fue asesinado en Barranca Yaco, jurisdicción de Córdoba, el 16 de febrero de 1835, por una patrulla que comandaba Santos Pérez, persona de confianza de los Reinafé.
EL ORDEN PROVINCIAL: Si se estudia la organización política de La Rioja durante la actuación de Quiroga, se observará que se destaca la vigencia de un ordenamiento legal mucho más establecido de lo que suele suponerse. El análisis de ciertos aspectos sustanciales de las relaciones entre los poderes provinciales riojanos (el gobierno y la Sala de Representantes) y Quiroga, que se iniciaron en 1820, sugiere la necesidad de matizar esa imagen del caudillo que, seguido por sus huestes, dominaba a su antojo una tierra de nadie.
Por una parte, se observa que, junto al poder de Quiroga, se mantenía una estructura política/legal, a veces de origen colonial; por otra, se advierte que el desarrollo de instituciones estatales en la provincia no era una simple formalidad. Por el contrario, estas instituciones, aunque rudimentarias, traducen el surgimiento de nuevas condiciones políticas, que se inscribían dentro de los esfuerzos por consolidar soberanías provinciales autónomas en el Río de la Plata, durante la primera mitad del siglo XIX.

Lo cierto es que el poder particular del caudillo estaba basado sobre relaciones informales (familiares, amistosas, comerciales) y formales, y se amparaba en una legalidad que. estaba presente tanto en sus relaciones políticas como en sus actividades privadas. Así, el poder de Quiroga se asentaba, también, en su condición de ganadero, comerciante y prestamista de grandes sumas de dinero.

En su carácter de hombre de negocios, se sometía a ciertas normas prácticas que regulaban las relaciones comerciales de la época, como la escrituración de la compra de tierras o el pago de derechos de exportación a su provincia.

AMPLIACIÓN DEL TEMA: Juan Facundo Quiroga se hallaba un día en Chepes, adonde había llegado para inaugurar una capilla. Un comedido no tardó en revelarle que en Guaja había un joven de gran fortaleza y sumamente hábil en el manejo del puñal y la lanza. El Tigre ordenó que se lo trajeran, y a poco llegó el mozo: se llamaba Ángel Vicente Peñaloza y era robusto, rubio y de ojos celestes, como muchos descendientes de los primeros colonizadores españoles.

Mientras el rasguido de las guitarras llenaba el aire perfumado de jazmines y el gauchaje se divertía en la fiesta pueblerina, Peñaloza se presentó ante Quiroga. Facundo lo chuceó en seguida: "Tengo noticias de que anda cometiendo faltas. Y es bueno que se enmiende". Humilde, el interpelado respondió: "Si así lo comprende, mi general, comprometo mi palabra de llanista que de hoy en adelante no tendrá por qué reprocharme". Satisfecho con la respuesta, Facundo sigue uno de sus impulsos y lo desafía: "Ahora me va a probar que es bueno y digno de mi amistad; primero vamos a pulsear; después nos veremos en el puñal".

Ál momento fueron preparadas dos sillas y una mesa; los contendientes se aferraron las manos y el paisanaje se arremolinó expectante. La pulseada era pareja: los dos hombres transpiraban tratando de quebrar la resistencia del otro y las venas del cuello parecían a punto de estallarles. Era obvio que ambos pugnaban por ganar, pero sus fuerzas corrían parejas. Por fin el Tigre se puso de pie y abrazó a su oponente: la primera prueba había terminado y ahora venía el visteo.

Las cosas siguieron el mismo camino: Facundo atacó de punta y de plano, pero la defensa del Chacho fue impecable y le paró todos los golpes. Nuevos abrazos rubricaron el fin del duelo y Facundo exclamó: "Vean, muchachos: responde este llanista. Es valiente y hábil. Desde hoy se alistará en nuestros ejércitos". Y así ocurrió, en efecto. Todas las actitudes del riojano lo distinguían del común de los caudillos. Así, por ejemplo, solía concurrir a 'los bailes que se daban en su homenaje vistiendo sus habituales pilchas de gaucho, y en ciertos casos rehusaba ocupar el sitio de honor que se le reservaba y prefería obstinadamente permanecer charlando en la puerta.

Cuesta creerlo al comprobar su bonhomía, su inveterada sencillez paisana, pero en 'las batallas el coraje de Peñaloza superaba cualquier límite: una de sus especialidades consistía en acercarse a los cañones enemigos, enlazarlos y llevárselos a la rastra con los caballos.

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