Nace en “La Chila” paraje próximo a Tama, Ana
Victoria Romero. Falleció a los 85 años, el 21 de noviembre de 1889. “Doña
Vito”, “La Chacha”, como cariñosamente el pueblo la llamó, casó el 10 de julio
de 1822 con Ángel Vicente Peñaloza.
Tuvieron una hija: Anita y el matrimonio
unido en las buenas y en las malas duró 41 años, hasta el aciago 12 de
noviembre de 1863 cuando fue ultimado a lanzazos por Irrazabal. Mujer de
carácter, valiente, acompañó a Peñaloza en su exilio, en sus numerosas campañas
militares como un soldado más. Incluso recibió un sablazo en la frente en la
batalla de El Tala en el que peligraba la vida de su esposo. Al valor
legendario de Doña Vito le han ofrecido sus cantos, poetas, folkloristas y el
anónimo juglar popular. Tras la muerte de Peñaloza sufrió persecuciones y
vejámenes, que no lograron doblegar su temple ni su voluntad. Es un noble
ejemplo de amor y entrega a la causa del federalismo argentino. Su vida ha sido
recientemente (2011) contada por los historiadores Roberto Rojo y Víctor Hugo
Robledo, sin duda un merecido homenaje a esta mujer de tanto valor y nobleza
pero bastante tardío.
Nació en el 2 de abril de 1804 en Chila, a 5 km de
Tama, provincia de La Rioja. Era hija de
Bartolomé Romero y de Ana María Herrera.
El 10 de julio de 1822 contrae enlace con Angel Vicente Peñaloza, y de
este matrimonio nació Maria Mercedes en 1823 y Maria Facunda 1824, ambas fallecidas
a muy corta edad. Doña Vito (así
llamaban a Victoria Romero) fue llamada por el destino a luchar incansablemente
junto a su marido en aquellas horas aciagas para los riojanos. Fue estandarte y orgullo de aquellas legiones
de titanes que, en la pelea, sacan fuerzas de la nada para arrojar al
sanguinario invasor.
Enseño a la mujer argentina, en hechos inolvidables,
a defender con las armas la dignidad del hogar, la pureza amenazada, el honor
de la mujer riojana obligada por el vencedor a bochornosas actitudes.
Y en el instante mismo de la degollación del Chacho,
su Chacho, cual leona lo defiende sin importarle las lanzas ni las balas, hasta
que el arma del déspota golpea también su dolor de esposa, de madre, y se
consuela arrimando su sangre y sus lágrimas sobre los despojos del patriota
yacente.
El cínico Irrazábal loco de contento por la sangre
derramada en aquel desparramo de cadáveres, manda aplicar tormentos
indescriptibles a doña Vito, hasta dejarla sin sentido. La horda la engrilla y la conduce a la
provincia de San Juan, donde el gobernador Domingo Faustino Sarmiento,
condecora al siniestro Irrazábal por el vil asesinato.
Doña Vito es sometida a trabajos forzados por orden
del mismo mandatario, junto a los hombres apresados, viéndosela todos los días
barrer la plaza pública arrastrando cadenas de sus pies y con centinela a la
vista.
Y un día, aquella mujer martirizada, haciendo
memoria de la amistad que unía a su esposo con Urquiza, quien más de una vez le
dio testimonio de aprecio, con las más comedidas palabras como éstas: “Santa
Fe, marzo 6 de 1859. Señor General Don
Angel Vicente Peñaloza. Mi muy querido
amigo. Acompaño a Ud. sinceramente un
justo dolor por la desgraciada e inesperada pérdida de su hijo político, cuyas
excelentes cualidades, he tenido ocasión de apreciar, y tenga la bondad de
llevar a su esposa una expresión mía de consuelo y simpatía. Recibiré con aprecio al Comisionado que usted
me envía haciéndolo con atención y trasmitiéndole cuanto crea que importa al buen acuerdo, y al
mantenimiento del orden público que tan mezquinos porque tan pérfidos, enemigos
cuenta, y que tienen en Ud. tan leal, tan decidido y tan importante
contenido. Por lo demás mi querido
amigo, desprecie Ud. las calumnias y las intrigas satisfágase con la simpatía y
el aplauso que los buenos patriotas, y con la distinguida consideración que no
le ha de faltar nunca de su afectísimo compatriota y S. servidor – Justo José
de Urquiza”.
De ese modo y por tales muestras de aprecio ella
acudió al señor de San José, una y otra vez, con sus súplicas de mujer acosada
por un enemigo implacable, y decide escribirle:
“Rioja, agosto 12 de 1864 – Excmo, capitán general
Don Justo José de Urquiza, de mi singular respeto: Confiando en su reconocida
prudencia, y carácter benévolo, me tomo la libertad de recomendar la atención
de V. E., con la esperanza de que aliviará en algún tanto mis padecimientos en
que la desgracia de la suerte me ha colocado, con la dolorosa pérdida de mi
marido desgraciado, que la intriga, el perjurio y la traición, han hecho que
desaparezca del modo más afrentoso, y sin piedad, dándole una muerte a usanza
de turco, de hombres sin civilización, sin religión. Para castigo la muerte, era lo bastante, pero
no despedazar a un hombre como lo hace un león, el pulso tiembla, señor
general: haber presenciado y visto por mis propios ojos descuartizar a mi marido
dejando en la orfandad a mi familia, y a mí en la última miseria, siendo yo la
befa y ludibrio de los que antes recibieron de mi marido y de mí, todas las
consideraciones y servicios que estaban a nuestros alcances. Me han quitado derechos de estancia, hacienda,
menaje y todo cuanto hemos poseído los últimos restos me quitan por perjuicios
que dicen haber inferido la gente que mandaba mi marido. Me exigen pruebas y
documentos de haber tenido yo algo; me
tomaron dos cargas de petacas por mandato del señor coronel Arredondo, donde
estaban todos mis papeles, testamentos, hijuelas, donaciones y cuanto a mí me
pertenecía.
“Se me volvió la ropa mía e vestir, de donde resultó
que no tengo como acreditar ni de los dos mil pesos que V. E. tuvo a bien
donarme, por hacerme gracias y de buena obra, por lo que suplico a V. E. se
digne informar sobre esto al Juez de esta Ciudad, para que a cuenta de esto me
deje parte del menaje de la casa, siquiera por esta cantidad que expreso.
“Lo pase bien, señor general, sea feliz y dichoso,
que yo no cesaré en mis preces de encomendarle al Supremo Ser lo conserve por
dilatados años al lado de su amable familia, con salud, prosperidad y
dicha. Y no ofreciéndose otra cosa, soy
de V. E. su affma. S. S. que le ofrece el más humilde acatamiento y las mejores
consideraciones de aprecio y respeto. Q.B.L.M. de V.E. – Victoria Romero de
Peñaloza”.
Un cúmulo de cosas y de hechos bullen en la memoria
de los verdugos que en ningún momento pueden negar que enfrentan a una mujer
valiente. No olvidan tampoco aquel
momento que el Chacho, en Tucumán, era atacado por más de treinta enemigos,
instante que la voz de mando de doña Vito reclamó a los soldados acompañarla en
una carga a lo macho para liberar al jefe que luchaba solo. Y aquel remolino de hombres volvió grupas y
atacó sableando hasta hacer pedazos la estrategia de los sitiadores en un
verdadero alud de aceros. Y el guerrero
insuperable sale airoso del trance, mientras doña Vito sonríe con su cara cubierta
de sangre de una cuchillada de la refriega.
Luego el Chacho abraza sobre su pecho al soldado que mató al agresor de
su esposa.
Estos actos y muchos otros son los que no olvidan ni
perdonan los salteadores y asesinos que van cubriendo de cadáveres de patriotas
los caminos argentinos.
Victoria Romero falleció el 21 de noviembre de 1889
a los 85 años de edad y se le dio sepultura en el oratorio de Atiles, cerca de
Malazán.
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