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miércoles, 10 de abril de 2013

BATALLA DEL POZO DE VARGAS

La Batalla de Pozo de Vargas, del 10 de abril de 1867, fue un enfrentamiento de las guerras civiles argentinas, entre las fuerzas federales del caudillo Felipe Varela y las del gobierno nacional argentino, dirigidas por el general Antonino Taboada, en las afueras de la ciudad de La Rioja. La victoria de Taboada significó el final de la última y mayor rebelión del norte contra la presidencia de Bartolomé Mitre. La conocida canción popular anónima "Zamba de Vargas" trata sobre este acontecimiento, pero hay otra versión riojana en una samba “Yo Felipe Varela”, de Juan Carlos “Pelau” Soria, que cuenta otra parte de la historia de esta sangrienta batalla.

 

En camino hacia Catamarca, Varela recibió aviso de que Taboada había ocupado la ciudad de La Rioja con un ejército de 3.000 hombres.8 Para no tenerlo a sus espaldas, retrocedió hacia ella. Fue un tremendo error, ya que se privó de expandir la revolución a otras provincias, donde podía haber recibido apoyos.
El peor de los errores, sin embargo, fue no haberse asegurado la provisión de agua. Avanzó dos días hacia el sur sin nada que darle de beber a sus caballos y hombres, y encontró todos los pozos secos. Insólitamente, siguió adelante. El próximo pozo disponible era el de la estancia de Vargas, a una legua de la ciudad. Pero allí lo esperaba Taboada con 1.700 hombres, provocativamente ubicados en torno del único pozo.
 
El 10 de abril a media mañana aparecieron los federales, muertos de sed. Varela dudó en atacar en esas condiciones, pero la muerte de algunos de sus hombres mientras distribuía sus tropas lo decidió. La batalla comenzó a la una de la tarde.
Los federales lucharon con desesperación, pero sus caballos estaban debilitados y tenían muy pocas armas de fuego. Los nacionales, en cambio, estaban armados con fusiles de repetición y se limitaron a resguardarse y tirar contra los blancos móviles que desfilaban frente a ellos. La superioridad numérica de los montoneros les permitió algunos éxitos parciales, entre ellos la captura por parte del coronel Elizondo del parque del ejército nacional y el avance hasta entrar en la ciudad de La Rioja. Pero sus hombres, casi muertos de hambre y sed, se dispersaron por la población, comiendo y bebiendo, incluso emborrachándose.
La batalla terminó hacia las seis de la tarde, con la completa derrota federal, que dejó en el campo de batalla más de mil muertos y otros tantos prisioneros. Los nacionales perdieron unos doscientos hombres, sobre todo de la caballería, que había sido utilizada con torpeza. Con menos de 180 hombres, Varela debió retirarse, dejando el campo al muy maltrecho ejército nacional.
La batalla fue un desastre para las esperanzas de los federales. Sus hombres retrocedieron, desorganizados, hacia el norte de la provincia, para luego girar hacia el oeste, sin atacar Catamarca. En esa zona recibieron la noticia de la derrota del ejército de Saá en la batalla de San Ignacio y de la huida de todos los dirigentes federales cuyanos a Chile.
Varela siguió resistiendo varios meses, e incluso ocupó por unas horas las ciudades de Salta y Jujuy, pero terminaría refugiado en Bolivia. De todos modos, nunca volvió a reunir más de 8009 ó 1.000 hombres.10
La revuelta federal había fracasado por completo, y el régimen liberal imperaría sin oposición durante varias décadas en la Argentina. Lentamente, las poblaciones del interior se acostumbrarían a estar sometidas a la prepotencia de quienes llegaran desde Buenos Aires. Y a la pobreza impuesta por una política económica que sólo veía la prosperidad de la región pampeana. Por otro lado, la larga nómina de presidentes del interior, que gobernó durante más de veinte años (desde 1868 a 1880) mitigó un poco la humillación que sentían los habitantes de las provincias del norte y del oeste.
La última rebelión contra el régimen porteño estaría dirigida por Ricardo López Jordán, pero sería exclusivamente entrerriana.

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