Allí se reunieron por primera vez representantes de la
mayoría de las culturas indígenas de nuestro continente, para analizar su
situación y buscar caminos en común, ante las adversidades que enfrentaban.
Como resultado de esta reunión, se fundó el Instituto Indigenista
Interamericano, entidad que hoy tiene su sede en México y que depende de la
Organización de Estados Americanos (OEA).
Por su parte, Argentina reconoció esa fecha cinco años más
tarde, aunque los derechos de los aborígenes distaron mucho de ser una
prioridad para nuestros gobiernos a lo largo de todo el siglo XX.
Recién con la reforma constitucional de 1994 se comenzó a
cambiar esta tendencia, ya que en su artículo 75 se incluyó entre las
responsabilidades del Congreso Nacional el reconocimiento de la preexistencia
étnica y cultural de los pueblos originarios, el derecho y respeto a su
identidad, como así también a una educación bilingüe e intercultural. Reconociendo
a su vez la personería jurídica de sus comunidades, la posesión y propiedad
comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocuparon; entre otros de sus
derechos.
Pero pese a los esfuerzos realizados, los pueblos
originarios de nuestro país siguen contándose entre los sectores más
vulnerables de la sociedad, siendo víctimas de innumerables situaciones de
discriminación cotidiana.
Actualmente son 24 las comunidades aborígenes que habitan el
suelo de lo que hoy llamamos Argentina: Toba, Pilaga, Mocovíes, Diaguita,
Calchaquí, Mapuche, Wichi, Guaraníes, Coyas, Chiriguano, Tehuelche, Vilela
Mestizados, Chorote, Huarpe, Comechingones, Pampa, Ranquel, Querandi, Ona,
Mataco, Chane, Quilmes, y Chulupí.
Toda América celebra esta fecha recordando a quienes
habitaron nuestro territorio antes de la llegada de los blancos, e imprimieron
a la tierra las primeras esencias culturales que, mezcladas a las de los
colonizadores europeos, dieron como consecuencia nuestras realidades actuales.
Lo que debiera haber sido un histórico encuentro de dos
mundos, dos civilizaciones, Europa y América, que beneficiara y enriqueciera a
ambas, fracasó. Por ambición y soberbia en la Conquista de América, el recién
llegado, de mayor poder bélico, se transformó en el conquistador, sojuzgando al
nativo o aborigen, despojándolo no sólo de las tierras que habitaban desde
milenios, sino destruyendo y demoliendo todo, e imponiendo por la fuerza su
cultura, procurando aniquilar a la existente. Paradójicamente, la palabra
“aborigen”, que proviene del latín, justamente significa desde el origen o
desde el principio.
Pero por suerte, no todo pudo ser destruido. Los valores de
las antiguas culturas aborígenes perduraron en los restos de aquellos
imponentes templos y construcciones, que por su ubicación permanecieron
inaccesibles para los hombres blancos; en las Pirámides que por su magnitud no
eran fáciles de demoler; en los códices mayas y aztecas salvados de la hoguera;
en los testimonios de mestizos como el Inca Garcilaso de la Vega, o de
españoles como Fray Bartolomé de las Casas; en las artesanías desenterradas o
encontradas; y especialmente en la memoria de los pueblos autóctonos, que
fieles a sus sentimientos y convicciones, continúan amando a la tierra que
habitaron desde el origen, y a la que en sus diferentes lenguas, siguen
llamando Madre.
Empobrecidos y relegados, los aborígenes americanos de hoy
no pretenden ya privilegios por su condición de primeros habitantes del
continente, sólo aspiran a que se los trate como iguales, que se les reconozca
el derecho a la tierra donde habitan en comunidades. Igualdad de oportunidades:
de estudio, de trabajo y de progreso. Y el respeto a los valores de sus
culturas.
El Día del Aborigen Americano pretende cuidar, perpetuar y
resaltar el valor de las culturas aborígenes de América, forjadas antes del
llamado “descubrimiento”, y que son las que le imprimieron a nuestra tierra los
primeros rasgos culturales que, junto a los de los colonizadores europeos,
dieron forma a nuestra propia actualidad. Porque todos en América tenemos una
raíz y hasta un presente en cierto modo aborigen.
En Guatemala, por ejemplo, casi un 80% de la población es
aborigen; en Ecuador, un 70%; en Perú también los indígenas son más de la mitad
de la población; en Bolivia, el 45% y en México, el 30%. En todos los países lo
indígena forma parte de la identidad nacional, porque en ellos está el origen
propio de cada nación.
Entrados al siglo XXI, los grupos aborígenes mantienen
vigente su cultura, sin despegarse de sus raíces y contribuyendo además en
muchas zonas con el desarrollo de sus comunidades, con formas de producción
genuina.
Casi tres millones de indígenas viven en comunidades
organizadas en la Argentina, y sienten que no tienen las mismas posibilidades
que la gente que desciende de la inmigración. Sienten que el aborigen está
relegado de la vida social, de la historia: “se nos ha relegado cuando se
organizó el país”.
Para revertir esta situación hay organizaciones que trabajan
con y por ellos, pero aún adolecen de un sincero reconocimiento. También hay
asociaciones no gubernamentales muy positivas, pero hay sobre todo un fuerte
movimiento interno: cada vez las comunidades aborígenes son más conscientes de
su protagonismo y de sus obligaciones, se sienten orgullosos de ser aborígenes
y no tienen vergüenza de reclamar aquello que les es legítimo.
La Organización de las Naciones Unidas se hizo eco de la
relevancia de este problema, y ya en 1993 declaró el Año Internacional de los
Pueblos Indígenas, con el objeto de que los pueblos del mundo tomaran
conciencia de la necesidad de solucionar los inconvenientes con que se
enfrentan los pueblos aborígenes, y de las deudas pendientes que hay con ellos
en numerosos puntos del planeta.
Nuestro pueblos originarios saliendo del ostracismo para su reconocimiento.
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