La Batalla de Pozo de
Vargas, del 10 de abril de 1867, fue un enfrentamiento de las guerras civiles
argentinas, entre las fuerzas federales del caudillo Felipe Varela y las del
gobierno nacional argentino, dirigidas por el general Antonino Taboada, en las
afueras de la ciudad de La Rioja. La victoria de Taboada significó el final de
la última y mayor rebelión del norte contra la presidencia de Bartolomé Mitre. La
conocida canción popular anónima "Zamba de Vargas" trata sobre este
acontecimiento, pero hay otra versión riojana en una samba “Yo Felipe Varela”, de
Juan Carlos “Pelau” Soria, que cuenta otra parte de la historia de esta
sangrienta batalla.
En camino hacia Catamarca,
Varela recibió aviso de que Taboada había ocupado la ciudad de La Rioja con un
ejército de 3.000 hombres.8 Para no tenerlo a sus espaldas, retrocedió hacia
ella. Fue un tremendo error, ya que se privó de expandir la revolución a otras
provincias, donde podía haber recibido apoyos.
El peor de los errores, sin
embargo, fue no haberse asegurado la provisión de agua. Avanzó dos días hacia
el sur sin nada que darle de beber a sus caballos y hombres, y encontró todos
los pozos secos. Insólitamente, siguió adelante. El próximo pozo disponible era
el de la estancia de Vargas, a una legua de la ciudad. Pero allí lo esperaba
Taboada con 1.700 hombres, provocativamente ubicados en torno del único pozo.
El 10 de abril a media
mañana aparecieron los federales, muertos de sed. Varela dudó en atacar en esas
condiciones, pero la muerte de algunos de sus hombres mientras distribuía sus
tropas lo decidió. La batalla comenzó a la una de la tarde.
Los federales lucharon con
desesperación, pero sus caballos estaban debilitados y tenían muy pocas armas
de fuego. Los nacionales, en cambio, estaban armados con fusiles de repetición
y se limitaron a resguardarse y tirar contra los blancos móviles que desfilaban
frente a ellos. La superioridad numérica de los montoneros les permitió algunos
éxitos parciales, entre ellos la captura por parte del coronel Elizondo del
parque del ejército nacional y el avance hasta entrar en la ciudad de La Rioja.
Pero sus hombres, casi muertos de hambre y sed, se dispersaron por la
población, comiendo y bebiendo, incluso emborrachándose.
La batalla terminó hacia
las seis de la tarde, con la completa derrota federal, que dejó en el campo de
batalla más de mil muertos y otros tantos prisioneros. Los nacionales perdieron
unos doscientos hombres, sobre todo de la caballería, que había sido utilizada
con torpeza. Con menos de 180 hombres, Varela debió retirarse, dejando el campo
al muy maltrecho ejército nacional.
La batalla fue un desastre
para las esperanzas de los federales. Sus hombres retrocedieron,
desorganizados, hacia el norte de la provincia, para luego girar hacia el
oeste, sin atacar Catamarca. En esa zona recibieron la noticia de la derrota
del ejército de Saá en la batalla de San Ignacio y de la huida de todos los
dirigentes federales cuyanos a Chile.
Varela siguió resistiendo
varios meses, e incluso ocupó por unas horas las ciudades de Salta y Jujuy,
pero terminaría refugiado en Bolivia. De todos modos, nunca volvió a reunir más
de 8009 ó 1.000 hombres.10
La revuelta federal había
fracasado por completo, y el régimen liberal imperaría sin oposición durante
varias décadas en la Argentina. Lentamente, las poblaciones del interior se
acostumbrarían a estar sometidas a la prepotencia de quienes llegaran desde
Buenos Aires. Y a la pobreza impuesta por una política económica que sólo veía
la prosperidad de la región pampeana. Por otro lado, la larga nómina de
presidentes del interior, que gobernó durante más de veinte años (desde 1868 a 1880) mitigó un poco
la humillación que sentían los habitantes de las provincias del norte y del
oeste.
La última rebelión contra
el régimen porteño estaría dirigida por Ricardo López Jordán, pero sería
exclusivamente entrerriana.
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