Ángel Vicente Peñaloza nació en
un pequeño caserío de Los Llanos Riojanos llamado Huaja, el 2 de Octubre de
1798, recibió educación elemental y pasó al lado de Facundo Quiroga como
soldado de las milicias riojanas.
A partir de 1820 El Chacho acompañó a Facundo
Quiroga en todas sus campañas, primero contra Gregorio Araoz de Lamadrid, y
después contra José María Paz. Junto a Bustos, Peñaloza apoyó la gestión de
Urquiza a partir del Acuerdo de San Nicolás, y después de 1854 se convirtió en
firme puntal de la Confederación Nacional del noroeste.
Sarmiento fue su gran enemigo,
y que además de tratarlo de bandido, vándalo y ladrón, lo hostiliza y hace
perseguir implacablemente a sus hombres , incorporándolos por la fuerza a los
peores destinos militares después de apropiarse de sus mujeres y sus
pertenencias.
"NAIDES MAS QUE
NAIDES"
Corría el año 1863. La lucha
entre federales y unitarios se intensificaba en todo el territorio nacional.
Ambos bandos deseaban imponer sus políticas, y en pos de ello no dudaban en
escribir una historia plagada de sacrificios y muerte. Era la época en que Bartolomé Mitre ejercía
el cargo de Presidente de la Nación, y desde allí desarrollaba sus estrategias
para generar alianzas con los sectores conservadores del interior del país,
buscando como objetivo el ideal unitario, es decir lograr que las provincias se
subordinaran a los intereses porteños.
Por supuesto que la tarea que Mitre había emprendido generó numerosos
levantamientos armados, donde nuevamente federales y unitarios defendían sus
ideales. Precisamente para esa época, el
bando de federales estaba representado por los más destacados caudillos de
nuestra historia, entre ellos el riojano Peñaloza, quien luego de ser derrotado
por el ejército en su lucha contra el centralismo de Mitre, moría asesinado el
12 de noviembre de 1863. Su muerte
generó inmediatamente el surgimiento de la leyenda de este noble caudillo que
dio su vida por la patria. No obstante, su muerte también sirvió para reflejar
la barbarie que tenía lugar por aquel entonces, y lo sanguinarios que podían
llegar a ser los unitarios con sus enemigos, ya que no dudaron en cortarle la
cabeza a Peñaloza para luego clavarla en la punta de un poste, exhibiéndola
públicamente en la plaza de Olta. Para
conocer la historia de este gran caudillo argentino, debemos retrotraernos al
comienzo de su existencia, precisamente al 2 de octubre de 1798, fecha en que
nacía Ángel Vicente Peñaloza, que luego fuera apodado El Chacho, llegando a
este mundo en la localidad de Guaja, en la provincia de La Rioja. Creció en el seno de una familia de profundo
arraigo y muchos de sus miembros poseían una gran influencia en la región, y al
crecer fue educado por su tío abuelo, el reconocido sacerdote Pedro Vicente
Peñaloza, que según cuenta la historia fue quien lo bautizó con el alias que
llevó consigo toda vida: El Chacho.
Atraído por el ámbito militar, se incorporó al ejército desde muy joven,
y en 1817 pasó a integrar la caballería llanista, con la cual se dirigió a
llevar a cabo la expedición a Copiapó. En aquella batalla los riojanos fueron
quienes se destacaron del resto durante la confrontación, por lo que todos
ellos, incluido Peñaloza, fueron premiados con la distinción que el General
José de San Martín les otorgó a los vencedores de Chacabuco.
Tres años después, Peñaloza
comenzó a ser parte del ejército comandado por Juan Facundo Quiroga,
acompañándolo en todas sus campañas, incluyendo las ofensivas contra Gregorio
Aráoz de La Madrid y contra José María Paz.
Muy pronto demostró su valentía y excelente desenvolvimiento en el campo
de batalla, participando en contiendas tales como las de El Tala, ocurrida el
27 de octubre de 1826, en la que Peñaloza fue gravemente herido. También actuó
en las batallas de Rincón de Valladares, La Tablada y Oncativo, en la
reconquista de La Rioja, en la batalla de La Ciudadela, siendo en cada caso
ascendido en su rango militar. Asimismo, se desenvolvió como Comandante del
Departamento de Los Llanos. Sin embargo,
el escenario cambió drásticamente en 1836, luego de que se produjo el asesinato
de Quiroga. Fue en ese mismo año, que Peñaloza trabajó junto al Gobernador sanjuanino
Martín Yanzón, con el fin de llevar a cabo una estrategia bélica cuyo fin era
derrocar al entonces Gobernador rosista de La Rioja, Fernando Villafañe, pero
aquella campaña fracasó. Algunos años
después, Peñaloza continuaba en la lucha defendiendo los principios
federalistas, por lo que en 1840, el caudillo se sumó activamente a la Liga del
Norte contra Rosas, comandada por General Tomás Brizuela. Si bien Peñaloza
demostró su talento en el campo de batalla, distinguiéndose notablemente del
resto, lo cierto es que después de la ofensiva en Rodeo del Medio debió
exiliarse del país y buscar asilo en Chile.
No obstante, nada parecía
detener el ímpetu de Peñaloza, quien dos años después, precisamente en el mes
de abril de 1842, cruzó con su ejército la Cordillera de Los Andes, ingresó en
la provincia de La Rioja, y una vez allí desarrolló una nueva campaña contra
las fuerzas rosistas. Aquel movimiento bélico fracasó, y Peñaloza se vio
obligado a regresar al exilio en Chile.
Sin embargo, aún no se detendría, por lo que en dos oportunidades más, ocurridas
en marzo de 1844 y en febrero de 1845, nuevamente intentó tomar La Rioja para
derrocar a los políticos rosistas que se encontraban al mando, y otra vez se
repite la historia, por lo que el caudillo debe regresar a Chile. Poco después, Peñaloza entra en contacto
nuevamente con su amigo Nazario Benavides, con quien había realizado diversas
campañas contra los unitarios en años anteriores. En ese momento, Benavides
ocupa el cargo de Gobernador de San Juan, por lo que con su ayuda el caudillo
puede regresar al país, radicándose momentáneamente en los Llanos. Desde allí, Peñaloza organizó una campaña que
finalmente se llevó a cabo en febrero de 1848, siendo el líder de un movimiento
revolucionario contra el entonces Gobernador riojano Vicente Mota, con el fin
de derrocarlo y designar en su cargo a Manuel Vicente Bustos. Cabe destacar que Peñaloza, al igual que
Bustos, defendió y apoyó a Urquiza luego de que se produjera el Acuerdo de San
Nicolás. Asimismo, el caudillo se convirtió en un poderoso y fuerte
representante de la Confederación Argentina en el noroeste, a partir de
1854. Un año después, Peñaloza fue
ascendido a Coronel Mayor del ejército nacional, y en 1861 fue designado
comandante en jefe de la circunscripción militar del noroeste, que representaba
a las provincias de La Rioja y Catamarca.
Luego de la sangrienta lucha de Pavón, el caudillo se dedicó a resistir
constantemente la ocupación de su provincia, la cual había sido dispuesta por
Mitre, participando en diversas batallas que le valieron la vida a miles de
hombres. Mientras tanto, Peñaloza se mantenía a la espera del pronunciamiento
de Urquiza, el cual nunca se produjo. El
Chacho comenzó a ser perseguido sin piedad, y Mitre resolvió dejar al caudillo
fuera de la ley, lo que permitía que al ser capturado podía ser asesinado a
sangre fría. Luego de ser derrotado en
una cruel contienda ocurrida el 28 de junio de 1863 en Las Playas, herido,
Peñaloza huyó a los Llanos, donde comenzó a reorganizar una nueva montonera,
que finalmente ingresó en San Juan. La invasión estuvo cercana a cumplir su
objetivo y tomar la capital, pero lo cierto es que el Coronel Irrazábal derrotó
a Peñaloza en Los Gigantes. No
satisfechos con el triunfo, persiguieron a Peñaloza hasta Los Llanos, y debido
a que el caudillo se encontraba herido y solo, se rindió al comandante Ricardo
Vera. Poco después, Irrazábal lo asesinaba a sangre fría con su lanza. Pero aquello tampoco bastó para satisfacer el
apetito sangriento de los unitarios, quienes se ensañaron con el cadáver de
Peñaloza, acribillándolo a balazos y luego clavando su cabeza en la punta de un
poste en la plaza de Olta. Mientras
tanto, aún en su provincia podía oírse como un eco fantasmal su voz
sosteniendo: “Naides más que naides, y menos que naides”. El siguiente
fragmento de una carta de Ángel V. Peñaloza dirigida al presidente
Mitre: “Después de la guerra
exterminadora por qué ha pasado el país, han esperado los pueblos una nueva era
de ventura y progreso. Pero… muy lejos de ver cumplidas sus esperanzas, han
tenido que tocar el más amargo desengaño, al ver la conducta arbitraria de sus
gobernantes, al ver despedazadas sus leyes y atropelladas sus propiedades y sin
garantías para sus vidas mismas. […] Mil veces se ha levantado mi voz y elevado
súplicas al Gobierno Nacional pidiendo justicia y justicia… Es por esto, señor Presidente, que los
pueblos cansados de una dominación despótica y arbitraria, se han propuesto
hacerse justicia, y los hombres, todos, no teniendo más ya que perder que la
existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo de batalla. […] Esas
mismas razones y el yerme rodeado de miles de argentinos que me piden exija el
cumplimiento de esas promesas, me han hecho ponerme al frente de mis compañeros
y he ceñido nuevamente la espada, que había colgado después de los tratados con
los agentes de V.E.”
LA ÚLTIMA CARTA: Dos días antes
de su ejecución en Loma Blanca, el general Peñaloza envió al general Urquiza
una carta en la cual le exponía las razones de su lucha en las provincias del
oeste y pedía una definición clara sobre el pensamiento político del ex
presidente de la Confederación. El
referido documento, existente en el Archivo General de la Nación, expresa lo
que sigue: “Olta, 10 de Noviembre. de 1863. Exmo. Sor. Capitán Gral. D. Justo José
de Urquiza Mi digno gral. y amigo: Después de repetidas veces que me he
dirigido a V. E, oficial y particularmente, no he conseguido contestación
alguna, mientras tanto he continuado yo con los valientes que me acompañan
luchando con la mayor decisión y patriotismo contra el poder del Gob” de Buenos
Aires, y en cien luchas sucesivas le he probado a ese Gob° que si bien algunas
veces no he triunfado por la inmensa desventaja de la posición y
circunstancias, no por eso ha sufrido menos su Ejército que ha perdido la mitad
de sus mejores jefes y de sus tropas de línea.
Todos estos sacrificios y esfuerzos y los que en adelante estoy
dispuesto a hacer, han sido y son, Sor, Gral., con el fin de quitar a Buenos
Aires los elementos y el Ejército que sin esto habría sacado de las Provincias,
y hasta la mitad de su tropa de linea la tiene constantemente ocupada en
hacerme la guerra, quedando hasta el presente muchos de esos cuerpos
completamente deshechos. En una palabra,
con la guerra que les hago, le quité cuanto podía tener para llevar la guerra a
Entre Ríos, y a cualquier otro poder que puede servir de inconveniente a las
pretensiones funestas que contra nuestra Patria tiene ese Gob”. En medio de esta azarosa y desigual lucha
nada me desalienta si llevase por norte el pensamiento de V. E. de ponerse al
frente de la fácil reacción de nuestro partido; sin embargo de que cuanto he
hecho ha sido fundado en los antecedentes que V. E. me ha dado, es por eso en
esta vez me dirijo a V. E. y mando al Teniente Cl. D. Tomás Geli y al de igual
clase D. Ricardo Rodríguez, quienes de viva voz manifestarán a V. E. la
situación en que nos hallamos y cuanto se puede hacer con que V. E. me dirija
una contestación terminante y pronta, que será la que en adelante me servirá
para mi resolución, en la inteligencia que si en ella se negase a lo que nos
hemos propuesto, tomaré el partido de abandonar la situación retirándome con
todo mi ejército fuera de nuestro querido suelo Argentino, pues éstos me dicen
diariamente que si V. E. se negase, con gusto irán conmigo a mendigar el pan
del Extranjero antes que poner la garganta en la cuchilla del enemigo. Esta es mi invariable resolución de la que
quedará V. E. bien instruido por las explicaciones que a mi nombre le darán mis
enviados, a las que espero dará entera fe y crédito porque ellos se la
comunicarán con toda franqueza, como que me merecen la más plena confianza.
Termino la presente, Señor Gral., reiterándole las seguridades de mi más
particular distinción, suscribiéndome SS y amigo. Ángel Vicente Peñaloza”.
AMPLIACIÓN DEL TEMA SOBRE SU
VIDA:
La formación militar que
recibió a lo largo de los triunfos y las derrotas en que acompañó a Facundo, lo
transformó en un guerrero experto y sagaz. Su sistema de guerra era la
montonera, pero estaba muy lejos de ser el “bárbaro” que pinta la propaganda
porteña. Por el contrario, su conducta
responde a una hidalguía que sus enemigos no exhibieron. Cuando el 30 de mayo
de 1862 se firmó en la estancia “La Bandérita” la paz entre Peñaloza y el gobierno
nacional, representado en ese acto por oficiales como Rivas, Arredondo y
Sandes, el Chacho propuso: “Bueno, como ya terminó la lucha, hay que entregar
los prisioneros. Yo, por mi parte, empezaré en él acto”. De inmediato llamó a
su ayudante, José Jofré, y —según relato de Fernández Zarate— le ordenó que
trajera los prisioneros porteños. Estaban todos en perfectas condiciones: “Yo
los traté bien (…). No les falta ni un botón. ..”, comprueba Peñaloza. Los
presentes festejaron el gesto, pero cuando el Chacho preguntó por su gente, no
supieron qué responderle: todos habían sido fusilados, lanceados o degollados
en cuanto cayeron prisioneros. Esa paz
mal nacida no había de durar mucho tiempo: los porteños hicieron caso omiso del
tratado, y poco después la provincia volvía a ser escenario de feroces
combates. Los riojanos confiaban en la velocidad de sus movimientos como
garantía de su eficacia. Si la suerte les era adversa en la batalla, el
criollaje se desbandaba en todas direcciones: ya sabrían cómo reunirse de nuevo
en torno de su jefe. Esta táctica puso
permanentemente en jaque a los porteños, que combatieron contra el Chacho y sus
llanistos durante casi dos años. Después de los fulmíneos encontronazos,
cualquiera que fuese el resultado, resultaba imposible perseguir a esos
jinetes. Conocían el terreno porque era su tierra, y en todas partes recibían
ayuda; montoneros y pueblo se confundían: eran una misma cosa y resultaba
imposible distinguirlos. En marzo de 1862
el general Rivas —porteñista—, le escribía a Sarmiento refiriéndose a la guerra
en los llanos: “Este país con rarísimas excepciones es nuestro enemigo, ni se
nos presenta un solo hombre ni encontramos a nadie; el que no está con Peñaloza
anda huyendo por las sierras y bosques. No hay un solo caballo que tomar”. Wenceslao Paunero, otro jefe enemigo,
explicaba: “Perseguir al Chacho con fuerzas organizadas es lo mismo que tratar
de agarrar una sombra. Dispone de chusmas informes, que se desvanecen como el
humo y se reúnen luego, detrás de un bosquecillo o de un montón de piedras,
devastando todo cuanto encuentran a su paso”. Así eran los llanistos del
general Peñaloza: peleaban a lanza, descalzos, cubiertos apenas por andrajos y
ponchos descoloridos, pero con una sin igual valentía y fidelidad a su
caudillo.
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