Se conmemora
en nuestro país desde 2010 por disposición de la presidenta Cristina Fernández
de Kirchner en reemplazo de la celebración del “día de la raza” que había
dispuesto por decreto Hipólito Yrigoyen el 4 de octubre de 1917 en recuerdo de
la llegada de Cristóbal Colón a América.
El descubrimiento de un territorio
descubierto unos 20.000 años antes, por
Felipe Pigna
Aunque
parezca mentira, en pleno siglo XXI se siguen publicando libros que, al
referirse a la invasión europea al continente americano, iniciada en octubre de
1492, continúan hablando del “descubrimiento de América”, concepto eurocéntrico
según el cual las cosas y los seres comienzan a existir cuando entran en
contacto con los representantes del “viejo continente”.
Entre los
pueblos originarios, esta tierra recibía tan bellos y variados nombres como
pueblos habían florecido en ella. El pueblo Kuna de las actuales Panamá y
Colombia la llamaba Abya Yala –tierra en florecimiento–, expresión que hoy ha
sido adoptada por muchas naciones indígenas.
América se
llamará así en honor al navegante florentino Américo Vespucio 1, que había
viajado a las “nuevas tierras” dos veces entre 1499 y 1502. Al regresar
escribió dos famosas cartas: una, fechada en 1503 y dada a conocer a principios
de 1504, estaba dirigida a uno de los hombres más ricos y poderosos de su
tiempo, Lorenzo Piero de Medici; y otra a su compañero de colegio, Piero
Soderini. Esta última se tradujo al latín y se publicó en 1507 en el apéndice
de la obra Cosmographiae Introductio, de Martín Waldsemüller, alias
Iliacomilus, un notable científico nacido en Friburgo, actual Alemania,
profesor de Geografía de Saint Dié en el ducado de Lorena.
Podríamos
decir que Vespucio primerió a Colón, ya que mientras la relación del tercer
viaje de Colón, en el que tocó tierra firme, se publicó en latín recién en
1508, las relaciones de los viajes de don Américo, como vimos, se conocían
desde 1504 y 1507.
En la
introducción de la obra de Waldsemüller, el geógrafo francés Jean Basin de
Sandocourt proponía: “Verdaderamente, ahora que tres partes de la tierra,
Europa, Asia y África, han sido ampliamente descriptas, y que otra cuarta parte
ha sido descubierta por Américo Vespucio, no vemos con qué derecho alguien
podría negar que por su descubridor Américo, hombre de sagaz ingenio, se la
llame América, como si dijera tierra de Américo; tal como Europa y Asia tomaron
sus nombres de mujeres”.
Años más
tarde, Waldsemüller y Basin reconocieron su error, a tal punto que el mapa que
publicaron en 1513 llama al nuevo mundo “Tierra Incógnita” y no América. Pero
ya era demasiado tarde 2.
De bautismos
y entierros
En 1492, las
cosas comenzaban a tener el nombre que les daban los apropiadores. A nuestro
continente lo llamarían “las Indias”, y luego América en honor a Vespucio.
Aquel 1492 no fue un año cualquiera para España: señalaba el fin de la
reconquista con la toma de Granada, tras casi ocho siglos de lucha contra los
moros; la “unificación religiosa” a la fuerza, con expulsión de los judíos, y
la llegada al papado del español Rodrigo Borja, que pasará a la historia como
Alejandro VI Borgia. Es por supuesto el año que clava como una daga en el
almanaque la fecha de la llegada de los españoles a un continente que había
sido descubierto unos 20.000 años antes por sus primeros pobladores. Pero
durante siglos el “descubrimiento de América” remitió invariablemente a la
llegada de Colón a estas tierras, y la repetición de tal denominación en miles
de libros y manuales de todo tipo terminaría por naturalizar lo que en realidad
significó literalmente el entierro de las culturas de los pueblos originarios.
Como para muestra basta un botón (aunque podría ofrecerles a mis lectoras y
lectores una botonería completa), vayan estas palabras de Diego de Landa,
obispo de Yucatán, al descubrir los alucinantes códices mayas: “Hallámosles
gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no
hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual
sentían a maravilla y les daba pena” 3.
En un acto
que recordaba lo que venía haciendo en Europa la Inquisición 4, el 12 de julio
de 1562 el enviado del rey y, según él, de Dios, sin ninguna pena quemó
toneladas de escritos y códices que registraban la historia de aquella notable
civilización, una de las pocas que utilizaba la escritura en América. Landa no
se quedó en la quema; se puso rápidamente a escribir su propia versión de la
historia del pueblo maya, encubriendo y cubriendo todo lo que creyó necesario y
útil a su sagrada misión. En ese acto se estaba convirtiendo en el referente
obligado para cualquier investigación sobre esa notable civilización hasta
nuestros días.
Se sigue
hablando de “Nuevo Mundo”, aunque sólo fue nuevo en el sentido en que lo
describe Germán Arciniegas: “Todo, hasta el paisaje ha cambiado, los indios han
conocido los caballos, hierro, pólvora, frailes, el idioma español, el nombre
de Jesucristo, vidrio, cascabeles, horcas, carabelas, cerdos, gallinas, asnos,
mulas, azúcar, vino, trigo, negros de África, gentes con barbas, zapatos,
papel, letras. Los caciques se acabaron colgados en las horcas. Nació una
ciudad de piedra. La isla es para los indios un nuevo mundo. Más nuevo para
ellos que para los españoles” 5.
El discurso
se fue modernizando y se adoptaron otros modos más sutiles de escamotear la
realidad. Así, se habla de “expansión europea” (como si fuese un fenómeno tan
natural como la expansión del universo), “encuentro de culturas” (dando la idea
de un simposio entre conquistados y conquistadores) o, a lo sumo, “choque de
culturas” (asimilando algo tan complejo a un accidente automovilístico). Lo
cierto es que ninguno de esos eufemismos logra tapar uno de los mayores
genocidios y etnocidios de la historia universal, sólo comparable al que, por
esos mismos tiempos, comenzaban a aplicar en África aquellos nacientes Estados
europeos que en el período que va desde fines del siglo XV y los finales del
XVIII concretarían la consolidación del capitalismo, algo que hubiera sido
imposible sin la explotación intensiva y salvaje de las colonias de América,
África y Asia.
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