Juan
Facundo Quiroga nació en San Juan de los Manos, provincia de La Rioja el 27 de
noviembre de 1788. Fueron sus padres
José Prudencio Quiroga y Juana Rosa de Argañaraz. A los dieciséis años comenzó
a trabajar en la conducción de los arreos de su padre; a los veinte, éste le
encargó la administración de los bienes familiares.
Militar
y político argentino. Reveló desde niño una audacia y temeridad notables. En
1806 sus padres lo enviaron a Chile con un cargamento de granos y el joven
Facundo se jugó el producto de la venta y lo perdió. Trabajó como peón en una
estancia en Plumerillo y los acontecimientos de Mayo de 1810 lo sorprendieron
en Buenos Aires.
Allí
fue enrolado en el regimiento de Arribeños. Tenía condiciones para el mando
pero no para someterse a la rígida disciplina militar, por lo que desertó.
Hacia 1816-1818 se desempeñó como capitán de milicias adiestrando reclutas,
capturando desertores, organizando milicianos para los ejércitos de la patria y
participando en algunas acciones contra los españoles.
Juan
Facundo Quiroga, que se ganó el apodo de Tigre de los Llanos, volvió a mostrar
su audacia deponiendo al gobernador Francisco Ortiz de Ocampo, a quien
reemplazó por Nicolás Dávila; pero cuando, en 1823, éste se negó a renunciar
según lo dispuesto por la Sala de Representantes, Quiroga se adueñó del mando.
Aun cuando permaneció en el cargo sólo dos meses, a partir de entonces dominó
la escena política de su provincia e incluso de las aledañas.
Ordenó
no enviar tropas a la guerra con Brasil y desconoció leyes dictadas por el
gobierno de Buenos Aires. Derrotó a Lamadrid en dos ocasiones: primero en Tala
(1826) y más tarde en Rincón (1827). El general unitario Paz lo venció en
Oncativo, pero, auxiliado por Rosas, rearmó su ejército y terminó por imponerse
en el norte y en la región andina. Se alejó de la política y residió en Buenos
Aires desde 1833 hasta finales del año siguiente, cuando aceptó mediar en un
conflicto entre las provincias de Tucumán y Salta.
En
1835, al enterarse de la muerte del gobernador tucumano Latorre, inició un
viaje sin retorno: al pasar por Barranca Yaco, Córdoba, fue muerto por una
partida encabezada por Santos Pérez. La imagen que Sarmiento transmitió lo
caracteriza como la estampa de la barbarie en oposición a la civilización. No
obstante, suele olvidarse que el Tigre de los Llanos fue uno de los pocos que
acudieron a despedir a Rivadavia cuando éste marchó al exilio, además de
ofrecerle dinero y sus servicios. En algunas ocasiones Quiroga se lamentó de
sus errores y de haber desconocido la Constitución de 1826 por sugerencias
interesadas de Buenos Aires.
Al
regresar de su misión, fue asesinado en Barranca Yaco, jurisdicción de Córdoba,
el 16 de febrero de 1835, por una patrulla que comandaba Santos Pérez, persona
de confianza de los Reinafé.
EL
ORDEN PROVINCIAL: Si se estudia la organización política de La Rioja durante la
actuación de Quiroga, se observará que se destaca la vigencia de un
ordenamiento legal mucho más establecido de lo que suele suponerse. El análisis
de ciertos aspectos sustanciales de las relaciones entre los poderes
provinciales riojanos (el gobierno y la Sala de Representantes) y Quiroga, que
se iniciaron en 1820, sugiere la necesidad de matizar esa imagen del caudillo
que, seguido por sus huestes, dominaba a su antojo una tierra de nadie.
Por
una parte, se observa que, junto al poder de Quiroga, se mantenía una
estructura política/legal, a veces de origen colonial; por otra, se advierte
que el desarrollo de instituciones estatales en la provincia no era una simple
formalidad. Por el contrario, estas instituciones, aunque rudimentarias,
traducen el surgimiento de nuevas condiciones políticas, que se inscribían
dentro de los esfuerzos por consolidar soberanías provinciales autónomas en el
Río de la Plata, durante la primera mitad del siglo XIX.
Lo
cierto es que el poder particular del caudillo estaba basado sobre relaciones
informales (familiares, amistosas, comerciales) y formales, y se amparaba en
una legalidad que. estaba presente tanto en sus relaciones políticas como en
sus actividades privadas. Así, el poder de Quiroga se asentaba, también, en su
condición de ganadero, comerciante y prestamista de grandes sumas de dinero.
En
su carácter de hombre de negocios, se sometía a ciertas normas prácticas que
regulaban las relaciones comerciales de la época, como la escrituración de la
compra de tierras o el pago de derechos de exportación a su provincia.
AMPLIACIÓN
DEL TEMA: Juan Facundo Quiroga se hallaba un día en Chepes, adonde había
llegado para inaugurar una capilla. Un comedido no tardó en revelarle que en
Guaja había un joven de gran fortaleza y sumamente hábil en el manejo del puñal
y la lanza. El Tigre ordenó que se lo trajeran, y a poco llegó el mozo: se
llamaba Ángel Vicente Peñaloza y era robusto, rubio y de ojos celestes, como
muchos descendientes de los primeros colonizadores españoles.
Mientras
el rasguido de las guitarras llenaba el aire perfumado de jazmines y el
gauchaje se divertía en la fiesta pueblerina, Peñaloza se presentó ante
Quiroga. Facundo lo chuceó en seguida: "Tengo noticias de que anda
cometiendo faltas. Y es bueno que se enmiende". Humilde, el interpelado
respondió: "Si así lo comprende, mi general, comprometo mi palabra de
llanista que de hoy en adelante no tendrá por qué reprocharme". Satisfecho
con la respuesta, Facundo sigue uno de sus impulsos y lo desafía: "Ahora
me va a probar que es bueno y digno de mi amistad; primero vamos a pulsear;
después nos veremos en el puñal".
Ál momento
fueron preparadas dos sillas y una mesa; los contendientes se aferraron las
manos y el paisanaje se arremolinó expectante. La pulseada era pareja: los dos
hombres transpiraban tratando de quebrar la resistencia del otro y las venas
del cuello parecían a punto de estallarles. Era obvio que ambos pugnaban por
ganar, pero sus fuerzas corrían parejas. Por fin el Tigre se puso de pie y
abrazó a su oponente: la primera prueba había terminado y ahora venía el
visteo.
Las
cosas siguieron el mismo camino: Facundo atacó de punta y de plano, pero la
defensa del Chacho fue impecable y le paró todos los golpes. Nuevos abrazos
rubricaron el fin del duelo y Facundo exclamó: "Vean, muchachos: responde
este llanista. Es valiente y hábil. Desde hoy se alistará en nuestros
ejércitos". Y así ocurrió, en efecto. Todas las actitudes del riojano lo
distinguían del común de los caudillos. Así, por ejemplo, solía concurrir a
'los bailes que se daban en su homenaje vistiendo sus habituales pilchas de
gaucho, y en ciertos casos rehusaba ocupar el sitio de honor que se le
reservaba y prefería obstinadamente permanecer charlando en la puerta.
Cuesta
creerlo al comprobar su bonhomía, su inveterada sencillez paisana, pero en 'las
batallas el coraje de Peñaloza superaba cualquier límite: una de sus
especialidades consistía en acercarse a los cañones enemigos, enlazarlos y
llevárselos a la rastra con los caballos.
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