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lunes, 20 de febrero de 2017

FACUNDO QUIROGA, EL “TIGRE DE LOS LLANOS” ES ASESINADO EN BARRANCA YACO

De la muerte de Juan Facundo Quiroga, se sabe que ocurrió en Barranca Yaco el 16 de febrero de 1835 y que el jefe de la partida fue el capitán Santos Pérez, hombre de confianza de los hermanos Reinafé, dueños y señores de la provincia de Córdoba.

Quiroga fue un político, militar, gobernador de La Rioja y caudillo argentino de la primera mitad del siglo XIX, partidario de un gobierno federal durante las guerras intestinas en su país, posteriores a la declaración de la independencia. Hacia el año 1835 llegó a consolidar una fuerte influencia y liderazgo sobre las provincias de La Rioja, San Juan, Catamarca, Tucumán, San Luis, Mendoza, Salta y Jujuy.
Facundo Quiroga por Fermepin.JPG

Autor: Felipe Pigna.

En 1835 Juan Facundo Quiroga residía desde hacía algún tiempo en Buenos Aires bajo el amparo de Juan Manuel de Rosas. El caudillo riojano había luchado en las campañas libertadoras junto a José de San Martín. En 1825, junto a los caudillos federales Juan Bautista Bustos y Felipe Ibarra, se opuso al proyecto político unitario de Rivadavia y se apoderó de la ciudad de Tucumán. Logró sublevar Cuyo y el Noroeste, pero más tarde, al intentar apoderarse de Córdoba, fue vencido por el general unitario José María Paz en La Tablada el 22 Y 23 de junio de 1829 y en Oncativo ocho meses después.

Quiroga mantenía con Rosas una relación de aliado y era considerado por don Juan Manuel como su hombre en el interior. Las diferencias entre ambos caudillos se centraban en el tema de la organización nacional. Mientras que Facundo se hacía eco del reclamo provincial de crear un gobierno nacional que distribuyera equitativamente los ingresos nacionales, Rosas y los terratenientes porteños se oponían a perder el control exclusivo sobre las rentas del puerto y la Aduana.

En este sentido, Rosas argumentaba que no estaban dadas las condiciones mínimas para dar semejante paso y consideraba que era imprescindible que, previamente, cada provincia se organizara: “En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a los pueblos ¿quién ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? [...] Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la república? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes aspirantes, a unitarios, y a toda clase de bichos? [...] ¿Será posible vencer no sólo estas dificultades sino las que presenta la discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras cada una se ocupa de sí sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a congreso general? Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, porque si logran llevarlo a efecto, envolverán la República en la más espantosa catástrofe”.

Sin embargo, esto no impidió que Quiroga nombrara a doña Encarnación Ezcurra su representante comercial y le regalara un caballo a don Juan Manuel. Rosas le comentaba a su esposa en una carta la habilidad de Facundo: “Mucho gusto tuve cuando supe que Quiroga te había hecho su apoderada. Este es uno de sus rasgos maestros en política; lo mismo que la remisión de un caballo en los momentos en que lo hizo”.
                     
En 1834, ante un conflicto desatado entre las provincias de Salta y Tucumán, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza (quien respondía políticamente a Rosas), encomendó a Quiroga una gestión mediadora. Tras un éxito parcial, Quiroga emprendió el regreso y fue asesinado el 16 de febrero de 1835 en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, por Santos Pérez, un sicario al servicio de los hermanos Reinafé, hombres fuertes de Córdoba, ligados a López. Quiroga se había opuesto tenazmente a los deseos de Estanislao López de imponer a José Vicente Reinafé como gobernador de Córdoba.

Nunca sabremos si porque decían la verdad o por temor a represalias contra su familia, lo cierto es que los Reinafé, ni ante los jueces ni ante la horca, acusaron a Rosas ni a López. Sólo se inculparon entre ellos mismos.

El “manco” Paz cuenta en sus memorias que tras la llegada de la noticia del asesinato de Quiroga a Santa Fe –donde él permanecía detenido– se produjo un “regocijo universal”, y poco faltó “para que se celebrase públicamente”.

La muerte de Quiroga determinó la renuncia de Maza y afianzó entre los legisladores porteños la idea de la necesidad de un gobierno fuerte, de mano dura.

El 3 de marzo de 1835, en vísperas de aceptar la gobernación, Rosas escribía: “Dorrego, Villafañe, Latorre, Quiroga y José Ortiz, todos asesinados por los unitarios, pero ni esto ha de ser bastante para los hombres de las luces y de los principios. ¡Miserables! El sacudimiento será espantoso, y la sangre argentina correrá en proporciones”.

Pronto Quiroga, de la mano de Sarmiento, se transformaría en un símbolo de la barbarie. El padre del aula y gran maestro lo utilizaría como propaganda política al publicar desde Chile su libro Facundo. Civilización o barbarie, con un objetivo explícito: “Remito a su excelencia un ejemplar del Facundo que he escrito con el objeto de preparar la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino de otro nuevo”.

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