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de Agosto de 1812, comienza el Éxodo Jujeño. Estando Belgrano en Jujuy, como
General en Jefe del Ejército del Norte, en julio de 1812, se produjo una gran
avanzada realista, que amenazaba destruir totalmente lo poco que se había
ganado a fuerza de sacrificio y coraje.
Fue necesario recurrir no sólo al patriotismo, sino a la abnegación de
los criollos.
La orden de Belgrano fue terminante: no debería quedar nada que
fuese de provecho para el adversario, ni casa ni objetos que fueran de
utilidad, ni alimentos. Lo que no podía ser transportado a lomo de mula, de
caballo o de burro, debió ser quemado. Pensemos en el sacrificio de ese pueblo
sufrido y resignado, que se trasladaba con lo poco que podía salvar, sin saber
exactamente cual iba a ser su suerte.Más que un éxodo, aquello era la imagen
del renunciamiento incondicionalmente realizado.
El frío y la ventisca
invernales acompañaron a la caravana. El éxodo jujeño tuvo lugar el 23 de
agosto de 1812. En sendos bandos de
Tristán y Goyeneche se habla de los escasos vecinos que quedaron en Jujuy, de
la miseria y la devastación creadas por la guerra. En un oficio del 29 de octubre, Goyeneche
celebra desde Potosí que el coronel de su ejército Indalecio González de Socasa
haya podido construir el cuerpo municipal siquiera fuese con tres vecinos. Y
agrega: “Me llena de la más dulce complacencia el voto unánime y general que
V.S. me indica de los pocos vecinos que han quedado en esa ciudad de mantenerse
decididos y adictos a la Casa del Rey sin que los retraiga la devastación que
el furor y venganza del Caudillo Revolucionario Belgrano han causado en su
población según lo tuvo anunciado en su impío bando del 29 de julio”. Hasta el 23 de agosto de 1812, la revolución
había puesto a prueba el amor de sus hijos a la libertad, ofreciendo sus vidas,
pero en ese momento Jujuy fue escenario de algo más extraordinario todavía: una
población entera sin discriminación de clases ni de edades, que sacrificaba
colectivamente, su tranquilidad, su fortuna, su existencia.. Jujuy, era el paso
obligado al Alto Perú, donde se encontraba el cerro de Potosí, del que se
extraía la plata, que le proporcionaba una gran riqueza. Jujuy, merced a ese
holocausto por la Patria, debió renunciar a todos sus bienes, lo que la sumiría
en la pobreza, de la que sería difícil resurgir. Fue tan completo el éxodo, que
el testimonio español más que el argentino, nos da una idea cabal de su
desarrollo. La historia de Torrente, escrita después de la guerra, con la
tradición oral de los jefes realistas, nos dice en referencia a Goyeneche:
“Hallándose a esta sazón con un brillante ejército, orgulloso por sus
anteriores victorias, y muy superior en número y disciplina a las pocas y
desalentadas tropas de Buenos Aires, que ocupaban las ciudades de Jujuy y
Salta, de las que se habían retirado después de los ataques de Suipacha y
Nazareno, con orden de su comandante Belgrano para que todos los habitantes
evacuasen aquel territorio llevándose los archivos y aun los armamentos y
muchos vasos sagrados de las iglesias, dispuso que el mayor general don Pío
Tristán avanzase con tres mil quinientos hombres en persecución de aquellos
prófugos”.
El célebre bando de Belgrano, del 29 de julio, comenzaba diciendo:
“Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa,
en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas
de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con
ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a
Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven
entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos
de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud.
Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a
reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres…”. Belgrano, en razón del sacrificio efectuado
por el pueblo jujeño, lo hizo depositario y guardián de la “bandera nacional de
nuestra libertad civil”, puesto que, gracias a ese esfuerzo supremo, fue
posible ganar las batallas de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, y después
la de Salta, el 20 de febrero de 1813. Una bandera, una escuela y dos escudos
quedaron para siempre en Jujuy como testimonio del agradecimiento del prócer,
que supo reconocer el patriotismo del pueblo jujeño.
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