El día del aborigen americano
se celebra cada año en conmemoración al Congreso Indigenista Interamericano
celebrado en México, el 19 de abril de 1940. Dicho congreso fue convocado en la
ciudad de Patzquaro por el entonces
presidente mexicano Lázaro Cárdenas; quién era a su vez descendiente de
aborígenes.
Allí se reunieron por primera
vez representantes de la mayoría de las culturas indígenas de nuestro
continente, para analizar su situación y buscar caminos en común, ante las
adversidades que enfrentaban. Como resultado de esta reunión, se fundó el Instituto
Indigenista Interamericano, entidad que hoy tiene su sede en México y que
depende de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Por su parte, Argentina
reconoció esa fecha cinco años más tarde, aunque los derechos de los aborígenes
distaron mucho de ser una prioridad para nuestros gobiernos a lo largo de todo
el siglo XX.
Recién con la reforma
constitucional de 1994 se comenzó a cambiar esta tendencia, ya que en su
artículo 75 se incluyó entre las responsabilidades del Congreso Nacional el
reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural de los pueblos
originarios, el derecho y respeto a su identidad, como así también a una
educación bilingüe e intercultural. Reconociendo a su vez la personería
jurídica de sus comunidades, la posesión y propiedad comunitarias de las
tierras que tradicionalmente ocuparon; entre otros de sus derechos.
Pero pese a los esfuerzos
realizados, los pueblos originarios de nuestro país siguen contándose entre los
sectores más vulnerables de la sociedad, siendo víctimas de innumerables
situaciones de discriminación cotidiana.
Actualmente son 24 las
comunidades aborígenes que habitan el suelo de lo que hoy llamamos Argentina:
Toba, Pilaga, Mocovíes, Diaguita, Calchaquí, Mapuche, Wichi, Guaraníes, Coyas,
Chiriguano, Tehuelche, Vilela Mestizados, Chorote, Huarpe, Comechingones,
Pampa, Ranquel, Querandi, Ona, Mataco, Chane, Quilmes, y Chulupí.
Toda América celebra esta fecha
recordando a quienes habitaron nuestro territorio antes de la llegada de los
blancos, e imprimieron a la tierra las primeras esencias culturales que,
mezcladas a las de los colonizadores europeos, dieron como consecuencia
nuestras realidades actuales.
Lo que debiera haber sido un
histórico encuentro de dos mundos, dos civilizaciones, Europa y América, que
beneficiara y enriqueciera a ambas, fracasó. Por ambición y soberbia en la
Conquista de América, el recién llegado, de mayor poder bélico, se transformó
en el conquistador, sojuzgando al nativo o aborigen, despojándolo no sólo de
las tierras que habitaban desde milenios, sino destruyendo y demoliendo todo, e
imponiendo por la fuerza su cultura, procurando aniquilar a la existente.
Paradójicamente, la palabra "aborigen", que proviene del latín,
justamente significa desde el origen o desde el principio.
Pero por suerte, no todo pudo
ser destruido. Los valores de las antiguas culturas aborígenes perduraron en
los restos de aquellos imponentes templos y construcciones, que por su
ubicación permanecieron inaccesibles para los hombres blancos; en las Pirámides
que por su magnitud no eran fáciles de demoler; en los códices mayas y aztecas
salvados de la hoguera; en los testimonios de mestizos como el Inca Garcilaso
de la Vega, o de españoles como Fray Bartolomé de las Casas; en las artesanías
desenterradas o encontradas; y especialmente en la memoria de los pueblos
autóctonos, que fieles a sus sentimientos y convicciones, continúan amando a la
tierra que habitaron desde el origen, y a la que en sus diferentes lenguas,
siguen llamando Madre.
Empobrecidos y relegados, los
aborígenes americanos de hoy no pretenden ya privilegios por su condición de
primeros habitantes del continente, sólo aspiran a que se los trate como
iguales, que se les reconozca el derecho a la tierra donde habitan en
comunidades. Igualdad de oportunidades: de estudio, de trabajo y de progreso. Y
el respeto a los valores de sus culturas.
El Día del Aborigen Americano
pretende cuidar, perpetuar y resaltar el valor de las culturas aborígenes de
América, forjadas antes del llamado "descubrimiento", y que son las
que le imprimieron a nuestra tierra los primeros rasgos culturales que, junto a
los de los colonizadores europeos, dieron forma a nuestra propia actualidad.
Porque todos en América tenemos una raíz y hasta un presente en cierto modo
aborigen.
En Guatemala, por ejemplo, casi
un 80% de la población es aborigen; en Ecuador, un 70%; en Perú también los
indígenas son más de la mitad de la población; en Bolivia, el 45% y en México,
el 30%. En todos los países lo indígena forma parte de la identidad nacional,
porque en ellos está el origen propio de cada nación.
Entrados al siglo XXI, los
grupos aborígenes mantienen vigente su cultura, sin despegarse de sus raíces y
contribuyendo además en muchas zonas con el desarrollo de sus comunidades, con
formas de producción genuina.
Casi tres millones de indígenas
viven en comunidades organizadas en la Argentina, y sienten que no tienen las
mismas posibilidades que la gente que desciende de la inmigración. Sienten que
el aborigen está relegado de la vida social, de la historia: "se nos ha
relegado cuando se organizó el país".
Para revertir esta situación
hay organizaciones que trabajan con y por ellos, pero aún adolecen de un
sincero reconocimiento. También hay asociaciones no gubernamentales muy
positivas, pero hay sobre todo un fuerte movimiento interno: cada vez las
comunidades aborígenes son más conscientes de su protagonismo y de sus
obligaciones, se sienten orgullosos de ser aborígenes y no tienen vergüenza de
reclamar aquello que les es legítimo.
La Organización de las Naciones
Unidas se hizo eco de la relevancia de este problema, y ya en 1993 declaró el
Año Internacional de los Pueblos Indígenas, con el objeto de que los pueblos
del mundo tomaran conciencia de la necesidad de solucionar los inconvenientes
con que se enfrentan los pueblos aborígenes, y de las deudas pendientes que hay
con ellos en numerosos puntos del planeta.
Desde nuestro lugar, nos cabe
trabajar al lado de ellos, respetarlos, valorar su cultura, sus valores, sus
costumbres y aprender de ellos, que supieron mantener el legado de sus
antepasados durante siglos, y que aman y respetan a la Madre tierra como su
infinita benefactora.
"Queremos vivir en paz y
respetando la naturaleza y la ecología" dijo hace poco Rosalía Gutiérrez,
líder colla de Jujuy.
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