La mañana del 13 de
abril de años 2005 después de su habitual caminata, se sentó frente a la
computadora y escribió el capitulo 8 de “La cruz y la espada en tierra
indígena”. Decía que éste sería su último libro. La muerte lo sorprendió
trabajando. El trabajo quedó inconcluso.
Ricardo Mercado Luna
nació en La Rioja el 15 de noviembre de 1932, en el seno de una familia de
clase media. Era hijo del segundo matrimonio de Carlos Mercado Luna, un
empresario de la construcción de edificios y caminos; y pequeño productor
agropecuario que incursionó en política desde las filas del radicalismo, siendo
delegado al Comité Nacional durante muchos años.
Cursó los estudios
primarios en la Escuela “Sarmiento”, ubicada justo enfrente de la casa paterna.
Más tarde ingresó en el Colegio Nacional “Joaquín V. González” para realizar el
bachillerato. Ricardo había perdido un año de primaria, a causa de un reumatismo
infantil que lo obligó a varios meses de reposo, y por eso, era compañero de su
hermano Jorge, situación que continuó en los años de secundaria. Allí se
relacionó con otros estudiantes, con los que compartió inquietudes que excedían
lo estrictamente curricular, llevando adelante actividades periodísticas y
culturales desde el “Club colegial” de la institución, al que accedió en medio
de inusitados acontecimientos estudiantiles que los memoriosos aún recuerdan
con una sonrisa en los labios.
Nombres que después
cobrarían trascendencia en nuestra sociedad, como los de Enrique Peñaloza
Camet, Olga Santochi, Juan Carlos Soria y Ramón Navarro, entre otros, formaban
parte de aquel grupo de jóvenes entusiastas que –bajo la mirada paternal de su
vicerrector y profesor de Historia, Dardo de la Vega Díaz– llevaban a cabo
múltiples actividades, desde la organización de campeonatos inter-escolares, a
recitales de poesía y música o representaciones teatrales. Ricardo siempre
reconoció la influencia que en su formación intelectual ejerciera el Prof.
Dardo, quien supo despertar en él un interés muy especial por la historia de La
Rioja. Sus inquietudes políticas se proyectaban fuera de las aulas a través de
la participación en el “Centro Libertad”, una agrupación juvenil surgida por
oposición a la oficial, la “U.E.S.”, motorizada por el peronismo, gobernante en
aquellos tiempos. La reuniones del “Centro Libertad” se realizaron durante
mucho tiempo en la casa paterna de los Mercado Luna.
Habiendo obtenido el
título de bachiller, se trasladó (con su hermano Jorge) a la ciudad de Córdoba
para cursar sus estudios de derecho.
En esos años se
despertó en él un gran entusiasmo por el proyecto de Arturo Frondizi, y alternó
sus estudios con variadas lecturas de temas históricos, sociológicos y
políticos que contribuían a su formación. Comenzó a militar en estamentos
juveniles de la UCRI y estrechó su amistad con Félix Luna a quien había
conocido años antes en La Rioja, a raíz de que sus padres compartían espacios
de militancia política.
Egresó como abogado
de la U.N.C. en 1957 y volvió a La Rioja para ejercer su profesión. En 1958
accedió a una banca de Diputado Provincial por la UCRI y contrajo matrimonio
con Nelly Esther Ocampo de la Vega (Gringa), matrimonio del que nacerían siete
hijos. Muy pronto se vinculó a Alipio Paoletti (de quien llegaró a ser gran
amigo) y juntos, impulsaron el renacimiento del antiguo Diario El
Independiente, que a partir de su reaparición en octubre del 1959, inscribiría
un capítulo memorable en la historia del periodismo riojano. Ricardo integró,
con Daniel Moyano , Alipio y el hermano de éste, Mario Paoletti, la Editorial
Norte S.R.L. que editaba el periódico. Cuando la Editorial se transformó en
cooperativa, Ricardo decidió donar sus acciones a los trabajadores por
considerar que esa era la mejor forma de ser consecuente con la idea impulsora
de aquel logro con visos de utopía. Pero no se alejó del grupo, sino que
continuó asesorando jurídicamente al Diario (Nota 1) que, en su rol opositor a
las dictaduras de turno, debía sortear más de un obstáculo en la marcha y unas
cuantas demandas legales.
Ricardo Mercado Luna
siempre acompañó los reclamos sociales que consideraba justos, y desde esa
postura, su labor profesional privilegió a la gente del pueblo: no sólo fue
asesor del combativo diario El Independiente, sino también de Monseñor
Angelelli, de la C.G.T. de los argentinos, de la A.M.P. (docentes), de OMA
(mineros) y de otras agrupaciones sociales. En 1969 obtuvo el Doctorado en
Derecho y Ciencias Sociales con su tesis: Estabilidad del empleado público
editada por Astrea en 1974.
El Derecho
Constitucional fue para él una pasión a la que dedicó gran parte de sus
esfuerzos. También en el campo jurídico cumplió una destacada labor editorial:
fundó y dirigió la Revista “Jurisprudencia Riojana” (publicación que se mantuvo
por dos décadas), difundiendo doctrina, legislación y jurisprudencia
provincial. Colaboró además con revistas nacionales de la talla de
“Jurisprudencia Argentina” y “La Ley”.
Alternaba su trabajo
de abogado con la labor docente (tanto en la Universidad Nacional de La Rioja
como en el Instituto de Profesorado y la escuela secundaria), y con sus
investigaciones históricas, que dieron lugar al memorable ensayo Los coroneles
de Mitre editado por Plus Ultra en 1974 y reeditado por Alción (Córdoba) en
2006
El 9 de junio de 1976
la dictadura de Videla lo encarceló junto a otras dos destacadas personalidades
de la educación riojana: el Profesor Arturo Ortiz Sosa y el Licenciado Carlos
Alberto Lanzilloto, a este último lo uniría un destino común de cautiverio,
traslados y penurias por más de tres años hasta obtener –juntos– la libertad
vigilada y luego la definitiva a fines de 1980. A esta coincidencia, Mercado
Luna se refirió como “hermandad de celda, de causa, de traslado, de
resoluciones y de libertades compartidas” (Nota 2)
Entre las cuatro
paredes del IRS nació ese canto de amor a la tierra que es La Ciudad de los
Naranjos, filtrado hacia “afuera” entre cartas familiares y envíos clandestinos
a través de algún guardia piadoso.
Pero sus años de
cárcel le inspiraron otros textos de contenido menos grato, más doloroso, como
los cuentos “¿Supiste de Juan Carlos?”, “Aquel lejano saco beige” y “El arreo”.
Fueron años duros y
de angustia para los presos y sus familias: la sociedad en general, parecía no
querer enterarse de la trama secreta de esa otra Argentina que ahogaba gritos
en las cárceles y en los campos clandestinos de detención.
El año del Mundial de
Fútbol, 1978, Ricardo se encontraba en Sierra Chica y sus familiares realizaban
–turnándose para viajar– largos recorridos, llenos de etapas y trasbordos, con
el propósito de visitarlo cada fin de semana. Adentro, reinaba la injusticia,
lo irracional y la crueldad sin límites; afuera, la gente llenaba las calles
con papelitos tirados al aire y muy pronto luciría en sus automóviles absurdas
calcomanías que rezaban la leyenda: “Los argentinos somos derechos… y humanos”.
Hombre de política y
profundamente democrático recibió –como la gran mayoría de los argentinos– con
entusiasmo y esperanza la convocatoria a elecciones en el año 1982. La
reapertura de los comités lo encontró adhiriendo desde su inicio a la propuesta
de Raúl Alfonsín, que se presentaba clara y contundente en su defensa de las
instituciones del pueblo y en la condena a los crímenes de la dictadura.
Retomó sus cátedras y
participó –junto a un grupo de profesionales– del proyecto que sentaría las
bases de la UTN en La Rioja, dictando clases ad honorem por varios años, hasta
lograr que la unidad académica fuese reconocida.
Militó en el
Movimiento de Renovación y Cambio y en 1989 fue diputado provincial por el
radicalismo, cargo al que renunció en 1991 en cumplimiento de un acuerdo
interno.
Después de este breve
período en un cargo electivo, no acepto más candidaturas, y su militancia
radical se circunscribió a un rol de acompañamiento cada vez menos entusiasta
ante la contemplación de lo que él consideraba “pequeñas mezquindades
personales” de la dirigencia partidaria, que anteponía intereses particulares a
las reales expectativas de los afiliados.
Pero sus convicciones
de militante de la vida jamás decayeron. La actividad intelectual fue la
trinchera desde donde analizó la realidad de sus días y denunció los procesos
históricos recientes que contribuían a la postergación y el estancamiento del
pueblo.
Su multifacética
actuación fue reconocida en vida a través de varias distinciones (Nota 3) Fue
miembro de varias asociaciones, tanto de juristas como de historiadores y
escritores (Asociación Argentina de Derecho Constitucional, Asociación de
Ciencia Política Argentina, Junta de Historia y Letras de La Rioja, Sociedad
Argentina de Historiadores, Junta de Estudios Históricos de Catamarca,
S.A.D.E., etc.).
Libros como:
Angelelli, Obispo de La Rioja, La Rioja de los Hechos Consumados, Los rostros
de la ciudad golpeada y Solitarias Historias del Siglo que nos deja, son un
ejemplo claro de su pluma lúcida y combativa, de su puesto de vigía siempre
atento en el bando de la “resistencia a los hechos consumados (Nota 4).
Sus reflexiones,
investigaciones y posturas frente a diferentes cuestiones de la realidad fueron
también expuestas en numerosas conferencias, ponencias en congresos, artículos
periodísticos y columnas radiofónicas.
Siempre activo, solía
recorrer la ciudad en sus caminatas, que comenzaron siendo una prescripción
médica y se transformaron casi en una necesidad espiritual, en un abrazo
invisible con su gente. Es que Ricardo amaba profundamente el suelo en que
había nacido. Alguna vez adornó su gentilicio con palabras nacidas desde el
fondo de su corazón: “… (soy) riojano por nacimiento, por ascendencia, por
convicción y compromiso”. Difícilmente podrán olvidar los vecinos de la ciudad
de los naranjos su familiar silueta desplazándose por las calles que transitaba
a diario.
Pero La Rioja lo
llamaba también desde el silencio del campo, desde las áridas tierras de Los
Llanos, donde estaba su estancia “La Dormida”, entre Retamal y Portezuelo. Allí
supo de la nobleza de los hombres del interior de la provincia, con quienes se
sintió hermanado en el eterno padecimiento de los habitantes de las zonas
secas, siempre clamando al cielo por una gota de agua. Se dejaba cautivar por
el estoicismo de esos seres anónimos y sufridos, muchos de los cuales le
inspiraron textos como: “La soledad de Francisco”, “Perros Salvajes” y “Filemón
Gómez, ¿existe?”.
Con los años, en “La
Dormida”, la galería original con dos habitaciones se había ido ampliando a
medida que llegaban más hijos, y luego nietos y más nietos, hasta transformarse
en una casa grande como el alma de su dueño, capaz de albergar a todos los que
se acercaban a ella.
Hombre de compromisos
sólidos y denuncias contundentes, fue también un filántropo de gestos
silenciosos: En 1997, al ganar un juicio emprendido contra el estado
provincial, decidió destinar la totalidad de esa ganancia a la edición de
libros riojanos, y para ello cedió los fondos a la Biblioteca Mariano Moreno
(institución de la que era socio desde su época de estudiante secundario y por
la que sentía un entrañable afecto) para que llevara a cabo las publicaciones,
respetando el destino de los fondos y el cargo de la donación. Así nació la
colecciónque dio en llamarse “La ciudad de los naranjos” , una denominación
elegida por la gente de la biblioteca, aludiendo sin nombrarlo al impulsor del
proyecto, y respetando su pedido de mantener su nombre en el anonimato.
Una de las últimas
preocupaciones del autor de La Rioja de los hechos consumados era el Derecho de
Propiedad en América Latina, y la situación de las comunidades indígenas en
nuestros días. Se había suscripto a boletines electrónicos que difundían
noticias relacionadas con las actividades de estos grupos, y seguía con gran
interés casos jurídicos como el del Matrimonio Curiñaco contra Benetton en la
Patagonia argentina, con cuyo defensor llegó a intercambiar algunos mails.
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