Un obispo de Asia Menor que
vivió en el siglo IV es recordado cada año en Navidad, trayendo dulces y
regalos a los niños de todos los rincones de la Tierra.
Todo el mundo recuerda con
cierto grado de nostalgia la llegada de un anciano barbado y rechoncho que,
vestido de rojo y cargando grandes bolsas, arribaba en su trineo la noche de
Navidad para dejar montañas de obsequios a los niños. Esa es la imagen,
deformada por el protestantismo y la publicidad comercial, que nos legaron del
mítico San Nicolás de Bari los países septentrionales.
Nacido entre los años 260 y 280
de la era cristiana en el seno de una rica y notable familia de Patara, ciudad
de la Licia, en Asia Menor, sintió desde niño, pese a su elevada condición
social, vocación por los pobres y despro-tegidos a quienes solía ayudar de
todas las maneras posibles. La nobleza de Nicolás se vio incrementada por la
elevada educación que sus padres, cristianos ejemplares, le dispensaron
entregándolo como discípulo al obispo de su ciudad.
Una vida dedicada al sacerdocio
Ocurrió que el buen joven quedó
huérfano a temprana edad y entonces, al verse con semejante fortuna en su
poder, decidió seguir la enseñanza que el Señor diera al joven rico y la
repartió entre los pobres, intentando con ello “ganar su espacio en el Cielo”.
Y lo logró, por cierto.
Un hecho memorable sucedió
cuando un hombre pobre, padre de tres bellas muchachas, imposibilitado de pagar
ciertas deudas y mucho menos las dotes para casarlas, recurrió a la más extrema
de las soluciones, poniendo precio a su inocencia. Enterado el joven Nicolás,
se deslizó una noche furtivamente por una ventana mientras todo el mundo dormía
y les dejó en la mesa una bolsa repleta de oro. A la mañana siguiente, cuando
todos despertaron, el padre, feliz, exclamó: “¡hemos recibido esta dote del
cielo!” y se la entregó a la hija mayor, que de esa manera se pudo casar
salvando así su honor.
Dos veces más repitió el gesto,
logrando salvar a las otras dos. Sin embargo, la última noche el padre estaba
despierto y descubrió al intruso: “¡No me delatéis!”, suplicó el santo, a lo
que el hombre exclamó: “¡Claro que lo haré porque sino, dada mi pobreza, seré
yo el acusado de robo!” y así fue como, contra la voluntad del benefactor, se
supo la verdad.
Obispo de Mira
Nicolás se hizo religioso y se
trasladó a la cercana ciudad de Mira en donde, una noche, a poco de llegar,
entró en la iglesia para rezar. Estaba solo cuando, repentinamente, ingresaron
al templo los prelados que debían elegir al sucesor del recientemente fallecido
obispo. Nicolás los vio y mucho se sorprendió cuando uno de ellos se le acercó
y le preguntó si era oriundo de Patara. Al contestar afirmativamente, aquel le
dijo: “Hoy en sueños tuve una revelación y en ella, el Señor en persona me
indicaba que tú deberías suceder a nuestro obispo”. Sorprendido, el joven
sacerdote intentó negarse pero vanos fueron sus esfuerzos.
El pueblo en masa acudió a la
catedral y Nicolás fue aclamado ahí mismo, tomando posesión de su cargo. Fue
así que transformado en gran apoyo de los cristianos en tiempos de las
persecuciones, sufrió él mismo cárcel durante el imperio de Diocleciano y
exilio en el de Licinio, quien pese a haber suscripto el Edicto de Milán en el
313, continuó persiguiendo y martirizando a los cristianos en Oriente.
Gran número de milagrosTodo
parece indicar que el flamante obispo fue uno de los 318 asistentes al Concilio
de Nicea en el 325 y que para entonces había obrado numerosos milagros, sanando
enfermos, realizando exorcismos y asistiendo a desamparados.
En una oportunidad, acudió a la
prisión de la ciudad, donde tres jóvenes inocentes iban a ser ejecutados por un
crimen que no habían cometido, pero el hacha del verdugo ya había dado cuenta
de ellos. Y como no eran culpables, Nicolás los resucitó.
Sin embargo se lo recuerda
siempre como el santo que llevaba regalos a los niños bondadosos y un trozo de
soga seca a los de mal comportamiento, en la noche de Navidad.
Tal fue su fama, que los
pedidos de obsequios se multiplicaron y como no quería dejar a ningún infante sin
recibir algo, obró el milagro de la multilocación, siendo visto en varios
lugares a la misma hora transportando las grandes bolsas que lo harían célebre.
Aún después de muerto siguió
obrando milagros, entre ellos el salvataje de San Luis cuando a su regreso de
la séptima cruzada, un tremendo temporal casi hunde su nave o cuando el
caballero Cónon Réchicourt de Lorena, invocó su nombre en el momento de ser
martirizado por los musulmanes. Su cuerpo fue transportado milagrosamente a
Francia y en la iglesia de San Nicolás sus cadenas se deshicieron en eslabones,
dejándolo libre.
San Nicolás falleció en Mira,
el 6 de diciembre del año 343, difundiéndose su culto, a partir de entonces,
por toda el Asia Menor, hasta tal punto que veinticinco iglesias de
Constan-tinopla estuvieron bajo su advocación.
El mundo cristiano recupera sus
reliquias
Cuando en pleno siglo XV los
turcos conquistaron Anatolia (Asia Menor), Mira cayó bajo su dominio y con ella
los restos de su santo obispo. En 1087 la república de Venecia y la ciudad de
Bari decidieron, cada una por su lado, recuperar las reliquias del santo y para
ello organizaron sendas expediciones. De ahí resultó que los de Apulia
alcanzaron las tierras de Mira en primer lugar capturando, tras combatir y
abatir a los guardias griegos y musulmanes que vigilaban el lugar, las sagradas
reliquias. Con ellas en su poder emprendieron el regreso y al llegar, el 9 de
mayo, los propios marinos colocaron la piedra fundamental de la gran basílica
que en su honor se comenzó a construir.
Santo protector
San Nicolás es el protector de
los niños, los escolares, los jóvenes y las muchachas, mercaderes, pescadores y
navegantes, farmacéuticos, abogados y condenados injustamente por la justicia.
Su culto, difundido
primeramente por Asia Menor y el oriente romano, pasó a Occidente y los países
nórdicos que hicieron de él uno de sus santos más venerados. En Alemania y
Austria se lo llamó Niklaus, de ahí la derivación posterior de su nombre a
“Santa Claus” que lo hizo célebre entre los niños bondadosos, merecedores de
recompensas.
Sin embargo, en lugar de su
conocida indumentaria roja con vivos blancos, grueso cinturón y botas negras
con que lo inmortalizó la novela “Una visita de San Nicolás”, de Clement C.
Moore, se lo representa vestido de obispo, con mitra y pectoral.
Su fiesta es el 5 de diciembre
y es el patrono de Rusia, Grecia y Turquía. En los países del norte de Europa,
así como también en Norteamérica y Canadá, la gente aseguraba que todos los
años, en Noche Buena, San Nicolás de Bari en persona, visitaba sus casas para
dejar regalos, dulces y bizcochos. En Bari, sus restos son visitados por miles
de peregrinos que, llenos de fe y admiración, llegan hasta la gran basílica
para postrarse conmovidos ante ellos.
En la Argentina
En 1733 don Domingo de
Acassuso, que ya había fundado la capilla de San Isidro Labrador en 1706, mandó
construir la primitiva iglesia de San Nicolás de Bari en la intersección de las
actuales avenidas 9 de Julio y Corrientes. Reconstruida en 1767 por D.
Francisco de Araujo, fue elevada a parroquia dos años después. Allí se izó por
primera vez la bandera nacional el 23 de agosto de 1812 y fue bautizado San
Héctor Valdivielso en 1913. Demolida para edificar en su lugar el obelisco
cuando el ensanche de la Av. Corrientes (en una de sus fachadas se recuerda el
hecho), fue trasladada a su sitio actual, Av. Santa Fe 1364, en 1936.
En La Rioja, su santuario está
ubicado en el interior de la Basílica Menor dedicada al santo, construida a
principios del siglo XX por el arquitecto italiano Juan Bautista Arnaldi y en
ella se celebra el Tinkunaku, célebre fiesta del Niño Acalde, sacado en
procesión todos los años al encuentro de San Nicolás de Bari cada 31 de
diciembre.